lunes, 29 de abril de 2013

Día 32





Los grandes y redondos ojos marrones de Dany me miraban fijamente tratando de asimilar aquella nueva averiguación.

-¿De verdad crees que eso es posible? –Se atrevió a preguntar.

-Que nosotros sepamos los rusos fueron los primeros en llegar y estas vías tienen pinta de estar aquí hace mucho más tiempo, yo diría que varios años, incluso varias décadas.

-Creo que tiene sentido. Este planeta es prácticamente igual a la Tierra, vegetación, animales, posiblemente también existan humanos.

-O existieron.- Le corregí a Dany mientras este me miraba intrigado-. Recuerda que llevamos tiempo aquí y no nos hemos topado con vida inteligente, sin olvidar la misteriosa infección que asola este planeta y que posiblemente terminara con la vida inteligente con la que no nos hemos encontrado.

-¿Crees que eso fue lo que les pasó?

-En el nuestro fue la crisis, quizás en este tropezaron con un virus altamente peligroso a lo “Resident Evil” o “Soy leyenda”. Pero eso da igual ahora, recuerda que una manada de zombis hambrientos nos persiguen.

-Cierto.-Respondió Dany levantándose de inmediato del suelo y retomando la carrera a mi lado.

Varios disparos de cobertura mantuvieron a los infectados lejos de nosotros y nos ayudaron a unirnos de nuevo al grupo.

-No podemos permitirnos más retrasos, no tenemos munición suficiente y son demasiados.-Me dijo el capitán Bradley algo molesto por tener que esperarnos y cubrirnos mientras nosotros charlábamos tranquilamente en el suelo.

-Hemos descubierto algo importante.-Le dije algo ofendida, a estas alturas de la aventura no me podía creer que pensara que Dany y yo fuéramos a ser dos tontos que retrasan al grupo-. Hay unas vías de tren en aquella dirección, lo más sensato sería seguirlas, quizás nos topemos con algo mejor que una simple explanada para escondernos. ¿A no ser que creas que tu plan de correr sin rumbo sea mejor?-Miré de soslayo al capitán con una media sonrisa de autosuficiencia.

Bradley me miró muy serio a los ojos, suspiró y dio la orden al resto del grupo de correr en dirección  suroeste.

Corrimos sin descanso tanto tiempo que empezamos a sentir calambres y pequeños mareos por el sobre esfuerzo. La tremenda lluvia rojiza de arcilla nos entorpecía la huida, hundiendo nuestros pies en varios centímetros de barro, aunque también dificultaba el paso a los infectados, lo que convertía la situación en una carrera a cámara lenta, como si de una película de serie b se tratase. Nuestros disparos nos permitían mantener una distancia de seguridad de algo más de un kilómetro que poco a poco se fue reduciendo a una distancia asfixiante de varios metros.

Cuando creímos no tener más fuerzas para continuar corriendo, la visión de una vieja vagoneta de tracción manual nos las devolvió. Nuestros pies parecían estar propulsados por una energía sin límites, mientras gritábamos y sonreíamos como una pandilla de locos. La vagoneta era antigua y no estaba en muy buenas condiciones. El metal estaba oxidado y la pintura, que algún día fue de un color amarillo claro, era de un sucio y descascarillado color mostaza. 

Mientras unos disparábamos a los infectados tratando de evitar que alcanzaran nuestro nuevo y a la vez antiguo medio de transporte, los demás ejercían fuerza al básico mecanismo chirriante que desplazaba la vagoneta por las vías ocultas en la arena. La tracción estaba casi rígida debido a varias décadas de olvido y desuso por lo que a pesar de que mis compañeros de grupo más fornidos aplicaban toda su fuerza bruta al dispositivo apenas nos movíamos unos metros. Poco a poco la vagoneta fue mejorando su empuje, aumentando su velocidad y con ella, nuestras posibilidades de huida. Las enormes ruedas metálicas guidas por las vías se desplazaron escupiendo chispas amarillas por el suelo mojado, produciendo un feroz estruendo hasta que por arte de magia callaron, moviéndose a la rapidez deseada.

Alguien emitió un chillido de victoria, mientras otro daba palmaditas en la espalda a los que habían logrado poner en movimiento la vagoneta. Pero entre tanto alboroto solamente una persona se había percatado que en aquella vagoneta ya no éramos siete personas y un perro, teníamos compañía.

-¡Ramírez!-Gritó Bradley, alertando al resto del grupo.

Ramírez, el que había sido el mejor amigo de Bradley se encontraba frente al capitán, con su sucio parche en el ojo, una sonrisa torcida y una pistola en la mano.

-Amigo. Esto no tiene por qué ser así.-Exclamó Bradley, que por primera vez parecía estar preocupado, nervioso y asustado. 

El capitán tenía una debilidad y era Ramírez, jamás sería capaz de matar a su mejor amigo, aunque este ya estuviera muerto. Ramírez avanzó por la vagoneta apuntando a la cabeza del capitán y dispuesto, muy dispuesto a disparar. Dio un paso más y acarició el gatillo de su arma, feliz y victorioso. Sonó un disparo.

El estruendo de la detonación vibró por la estructura metálica de nuestro vagón, mientras el cuerpo de Ramírez se desplomaba lentamente fuera de él, cayendo al suelo. En silencio la vagoneta continúo su marcha por las vías, alejándose más y más del mejor amigo del capitán, mientras Dany sujetaba entre sus rodillas el arma aún caliente que había terminado con la vida de Ramírez al escurrírsele de sus torpes y regordetas manos.     
       

lunes, 8 de abril de 2013

Día 31




Estábamos en medio de la nada cuando empezaron a caer las primeras gotas de lluvia. El cielo estaba de un color gris oscuro y el viento agitaba las hojas y las partículas de arena y polvo, arremolinando nuestra angustia en forma de pequeños e incomodos obstáculos móviles.

Caminábamos deprisa por aquella explanada de rocas y pequeños arbustos de no más de un metro de altura, sabíamos que en aquel paraje seríamos blanco fácil ante un posible ataque de nuestros enemigos y la llegada de una tremenda tormenta nos impulsaba a desplazarnos aún más rápido.

-¿Alguien sabe dónde estamos?

Ante la pregunta de Dany todos nos giramos al unísono en espera de la respuesta del capitán, si alguien podía saberlo era él.

-Si seguimos caminando en esta dirección daremos con nuestra nave.-Respondió muy serio después de sentirse interrogado por nuestras miradas inquietas.

-¿Entonces no nos hemos perdido? ¿Yo juraría que nunca hemos ido por esta zona del planeta? –Volvió a preguntar  Dany.

-Es cierto que nunca habíamos explorado esta zona, pero recuerda que estás hablando con un capitán y un capitán nunca debe perderse.-Respondió molesto.

-Bradley a veces me da miedo.- Me susurró Dany al oído.

-¡Mierda!- Exclamó uno de los hombres.- Esta lluvia es un asco, parece barro.

En pocos minutos nos encontrábamos totalmente empapados de aquella lluvia rojiza de arcilla, calados hasta los huesos, con los rostros manchados de barro y goteando aquella dantesca arcilla roja. El suelo engullía nuestros pies como si de arenas movedizas se tratara, hundiéndose varios centímetros a cada pisada, dejando un rastro de surcos profundos a nuestro paso. Los relámpagos iluminaban el cielo y los ensordecedores truenos rompían nuestros tímpanos. El viento agitaba las nubes del cielo y enfriaba nuestros mojados cuerpos.

Alguien mascullaba ciertos improperios cuando un ladrido de Pokito nos inquietó a todos. Al girarnos pudimos comprobar que todas nuestras peores pesadillas se cumplían. Unos cien infectados en diferentes estados de la infección nos habían localizado y se aproximaban a nosotros.

-¡Corred! ¡Son demasiados para nosotros!-Gritó Bradley.

-¿Hacia dónde?- preguntamos mirando la descubierta explanada.

-¡Corred! No hay tiempo.- Volvió a gritar Bradley mientras desenfundaba su arma y disparaba a nuestros perseguidores.

-¡Corred!- Gritó alguien.

Nuestro pulso se aceleró con el esfuerzo, la lluvia y el suelo embarrado dificultaba nuestra angustiosa carrera. De pronto, Dany tropezó y se precipitó al suelo, hundiendo su rostro en el suelo mojado. Corrí para ayudarle, se había atascado con algo y vomitaba arcilla por la boca.

-¡Dany!- Grité nerviosa, nos habíamos quedado atrás del grupo-. ¡Corre Dany! -. Le dije mientras desencajaba su pie derecho de la vía metálica.

-Vamos María, ya estoy libre, corramos.- Me dijo al ver que permanecía en el suelo arañando en el barro.

-¡Un momento!- Le ordené-. Esto son unas vías de tren.

-¿De tren? Eso es imposible, a no ser que…

Le miré a los ojos, las gotas de arcilla surcaban su rostro. Terminé su frase-. A no ser que nosotros no seamos los únicos seres inteligentes de este planeta.
         

jueves, 28 de marzo de 2013

Día 30





Es increíble como sucede todo, como lo más inesperado e imposible puede apoderarse de nuestras vidas, cambiarlas, darlas forma e incluso aplastarlas, y el tiempo, ese pequeño no sé qué, invisible y sigiloso, que sabemos de su existencia por las agujas del reloj, nos acompaña de la mano, sentenciando nuestro destino, para  que una mañana, al levantarnos, sintamos todo su peso sobre nuestros ojos.

Caminando entre los pequeños arbustos, observé mis botas ennegrecidas y sucias por el barro, y recordé aquellas excursiones entre amigos, las acampadas, las noches ante la hoguera, aquellas reuniones familiares que no parecían acabar nunca o incluso aquellos lunes pillando el metro en hora punta, sobreviviendo a los pisotones, empujones y hasta de los malos olores de una estresada marabunta. Bradley me agarró del brazo para marcarme un nuevo camino y entonces en mi mente aparecieron cientos de imágenes, de recuerdos, todo pasó tan rápido. ¿Cómo pudo desplomarse aquel mundo que con tanto esfuerzo habíamos construido? ¿Era tan descabellado pensar que aquel sistema tan civilizado, o eso nos parecía entonces, pudiera terminarse algún día? Solo pasábamos por un mal momento, una pequeña crisis que poco a poco fue creciendo, engordando y tragándoselo todo a su paso. Nos engañaron con falsas promesas envueltas en mentiras y sucias corrupciones, con palabrerías de carismáticos políticos y de grandes expertos economistas que nos auguraban un pronto final de la crisis, y nosotros les creímos. Bradley me hizo un gesto con la mano y nos agachamos escondiéndonos de un par de infectados que caminaban errantes. Miré el cielo, con aquel sol tan grande y diferente al de la tierra y añoré mi viejo planeta. El tiempo había pasado tan rápido, habían pasado tantas cosas, y perdido a tantos amigos en el camino.

-No creo que aún continúen en la cueva, el plan era salir al amanecer y ya han pasado varias horas de aquello.- Susurré al capitán Bradley.

-Quizás nos estén esperando.- Me respondió.

-Nadie pensó que pudieras seguir con vida después de la explosión y yo me marché sin decirles nada. Si no esperaron por su capitán mucho menos esperaran por una loca que se marcha en mitad de la noche.- Sentencié.

-Puede que lleves razón, pero tenemos que asegurarnos, y si no están, buscaremos la nave nosotros solos.

Pokito olfateó nervioso, girando sus pequeñas y peludas orejas color caramelo en todas direcciones.

-Creo que ocurre algo.- Le dije a Bradley y este paró de inmediato.

-¿Estas segura? ¿Hace tiempo que no vemos infectados?

-Sí, lo estoy, o más bien, lo está él.- Respondí señalando al perro.

Pokito se levantó inquieto y comenzó a gruñir nervioso, girando de un lado para otro.

-Yo no veo a nadie… Dijo Bradley, aunque no pudo terminar su frase, porque en un abrir y cerrar de ojos  nos encontramos rodeados.

El capitán sacó su arma y comenzó a disparar a los monstruos.  Sus movimientos eran rápidos y certeros, y conseguía de un solo balazo deshacerse de ellos, ahorrando tiempo y munición. Yo saqué la mía y traté de imitarle pero por mucho que lo intentará apenas conseguía rozarles.

Los infectados se aproximaban cada vez más a nosotros y no podíamos hacer nada para evitarlo. Tanta prisa por llegar a una cueva para encontrarnos con los nuestros, tantas discusiones por si estarían allí esperándonos o no, para nada. Ya nunca lo sabríamos. Íbamos a morir allí. Habíamos burlado a la muerte demasiadas veces y de esta no escaparíamos.

Los ecos de los disparos resonaban tan fuertes en nuestras oídos, que apenas podíamos escucharnos el uno al otro. Pronto la munición se me terminó y lo disparos del capitán quedaron solos.

-Tres balas.-Gritó Bradley-. Me quedan tres balas, prepárate para usar el cuchillo.- Yo asentí asustada y esperé a que se le terminaran las balas.

Sonó un disparo. Sonó el segundo. Se escuchó un tercero y silencio. Agarré con fuerza la empuñadura de mi arma, dispuesta a usarla hasta mi último latido. Y para mi asombro sonó un cuarto disparo.

Confundida, me giré para tratar de averiguar que ocurría y descubrí cinco siluetas conocidas. Eran nuestros compañeros que habían regresado a buscarnos.

-¿Por qué habéis regresado a por nosotros?- Les pregunté cuando todo volvió a estar tranquilo.

-Solo hemos regresado a por ti, al capitán lo dábamos por muerto, no te ofendas.-Dijo uno de los hombres dando una palmadita en la espalda a Bradley.

-¿A por mí?-Estaba sorprendida.

-Aquí tu amigo.-Indicó otro señalando a un sonriente Dany-. Nos convenció de que teníamos que salir a buscarte porque solamente tú podías poner en marcha la nave. 

-¿Es cierto o nos ha liado tu amigo? –Me preguntó el primer hombre.

Yo vacilé unos instantes-. Dany no os ha mentido. Solamente yo puedo poner en marcha la nave.

Bradley se acercó y me susurró al oído para que solamente yo pudiera escucharle.

-¿Es verdad eso?

-Sí.- Le sonreí y tocándome el vendaje de mi muñeca dije-. Siempre me guardo un as bajo la manga.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Día 29



La noche empezaba a clarear, quedaban solo dos horas para el amanecer y aun no habíamos encontrado la zona caliente de la explosión. Las estrellas empezaban a desvanecerse en el horizonte y el calor de un nuevo día se iba abriendo paso en la oscuridad de la noche.

Un respirar profundo y ahogado brotaba por mi boca, un sudor frio recorría mi sucio rostro y unas piernas agotadas se movían sin descanso pisoteando las hojas secas y el barro. Giramos a la derecha y luego a la izquierda, llegando a una arboleda más profunda. Las pequeñas patas de Pokito corrían fuertes y a tal velocidad que apenas tenía tiempo de cortar las ramas con mi cuchillo y las hojas sacudían mi rostro arañando mis mejillas.

Pokito paró. Su posición se volvió tensa, con sus grandes ojos en alerta y su inquieto olfato rastreándolo todo desde la distancia. Nos quedamos en silencio, los pájaros no cantaban y las pequeñas pisadas que nos habían acompañado durante todo el viaje habían cesado.

-¿Qué ocurre chico?-Pregunté como si fuera a obtener respuesta.

La cola de mi amigo se puso tensa, algo a nuestra derecha llamaba su atención. Me agaché a su lado, cubriéndome con la maleza, alerta mientras la empuñadura del cuchillo se me clavaba en la mano casi sin darme cuenta.

Escuché pisadas y entonces lo vi, era Ramírez y junto a él un grupo de unos veinte infectados. Caminaban juntos buscando algo.

-Separaros en grupos de dos, quiero que rastreemos la zona lo antes posible. Si queda alguien con vida lo encontraremos.

Varios infectados obedecieron la orden de Ramírez al instante, otros simplemente continuaron caminando sin rumbo aparente, estos debían ser los infectados que no habían completado aun su transformación, los más parecidos a los zombis de las películas, seres salvajes con un único pensamiento en sus pérdidas cabezas, comer y yo era su plato favorito.

Pokito olfateó y comenzó a caminar sigilosamente entre los árboles, conduciéndome a una zona más rocosa. Allí perecíamos estar protegidos de ellos y nuestros pasos se aceleraron aunque siempre teniendo cuidado de no hacer ruido.

Pronto topamos con los restos calcinados del incidente. Su aspecto ahora era aún más desolador si podía que antes. El fuego se había apagado y la zona era de tal oscuridad que parecíamos estar en un tremendo agujero negro, devorando a todo el que se le ocurriese acercarse.

Acerqué de nuevo la culata de mi arma al hocico de mi leal amigo y este reanudó su búsqueda. Nos adentramos entre los amasijos de hierros chamuscados pisando lo que parecían ser plásticos quemados y teclados numéricos. Sin quererlo di una patada a un brazo que aun sujetaba un arma. Me agaché y la arranqué de su mano pútrida, comprobé que ya no funcionaba y la dejé de nuevo en el suelo.

Pokito aceleró su paso, había encontrado el rastro del capitán, no había duda, así que yo también corrí tras él. Me condujo a una zona llena de cuerpos, alguien los había apilado en una montaña. ¿Habrían sido los infectados tras comprobar uno a uno que todos estaban muertos? ¿Estaría el cuerpo sin vida del capitán entre ellos?

Comencé a moverlos uno a uno, esperando encontrar el rostro de Bradley entre uno de ellos pero un ruido me lo impidió, varios infectados atraídos por mi olor caminaban hacia mí. Hice una señal con la mano a Pokito y nos metimos en el hueco que había abierto en la montaña de cuerpos, desde dentro empujé un cuerpo al que le faltaba la cabeza y tapé el agujero.

Ocultos entre cuerpos mutilados, con rostros sangrientos y ojos fueras de sus orbitas mirándonos de cerca quedamos en silencio, esperando no ser vistos por los infectados. Sus pasos cada vez se hacían más fuertes, más cercanos, hasta que sus respiraciones y jadeos casi parecieron susurrarnos al oído y no pude evitar taparme la boca con la mano, como si intentara evitar que se me escapara un grito.

Los pasos se alejaron y todo volvió a quedar en calma. Empujé de nuevo el cuerpo del hombre decapitado y asomé la cabeza. Mis ojos verdes trataron de distinguir algo en la oscuridad de la noche acostumbrándose a la negrura de las cenizas y el cielo, pero no terminé el reconocimiento, algo goteó en mi hombro. Era caliente y pegajoso y por el olor tan desagradable supe de quien procedía. Me giré bruscamente y alguien se abalanzó sobre mí. Un infectado con el rostro lleno de sangre trataba de morderme mientras yo le sujetaba con ambas manos. Era fuerte, grande y pegajoso. Me tiró al suelo así que doblé las piernas y traté de golpearle con ellas pero fue en vano. Deslicé mi mano derecha hasta su garganta y apreté con fuerza, no para matarlo porque sabía que no era lo suficiente fuerte pero si para sujetarle mientras buscaba con la izquierda el cuchillo. Palpé la pernera pero entonces me acordé que lo había guardado en el lado derecho. Me retorcí para alcanzarlo y con el esfuerzo el infectado se me acerco hasta casi rozar mi oreja. En un último y desesperado esfuerzo, le empujé con la derecha mientras sacaba el cuchillo de uno de los bolsillos del pantalón. El infectado se me abalanzó y al evitar su mordisco perdí el cuchillo que tanto esfuerzo me había costado conseguir, deslizándose y perdiéndose para siempre entre los cuerpos.

Los brazos me temblaban, ya no me quedaban fuerzas, iba a morir. Pokito ladraba nervioso, no podía hacer nada para salvarme, le había dado la orden de no atacar, sabía que un mordisco le infectaría y él era mi única familia.

-¡Corre Pokito! ¡Sálvate!- Pero a esa orden no hizo caso, él nunca me abandonaría y continuó ladrando.

Ya apenas podía sujetar al infectado y sus babas calientes goteaban por mi rostro. Mis manos sudorosas se resbalaron de su cuello y el infectado se desplomó sobre mí.

No sentí sus dientes clavarse en mi piel, ni derramarse mi sangre. Simplemente sentí el peso del monstruo, quieto, inmóvil, sin vida. ¿Cómo podía ser posible? ¿Cómo había muerto? Quizás me había salvado Pokito, pero ¿Cómo? Y entonces le oí.

-¿Vas a seguir mucho tiempo ahí quieta o es que le has cogido cariño a ese infectado?

 Era el Capitán Bradley.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Día 28




Mis brazos entrelazados y temblorosos me protegían el rostro del intenso calor del fuego mientras mis ojos buscaban frenéticamente una pequeña señal de que el Capitán Bradley seguía con vida.

¡Capitán Bradley!-Grité acercándome un poco más.

El fuego lo devoraba todo y el humo asfixiaba cualquier posibilidad de vida.

¡Capitán Bradley!-El dolor y la desesperación por encontrar al capitán me hizo aproximarme tanto a las enormes llamaradas que casi pude sentir como las cenizas calientes acariciaban mi piel. 
   
El espectáculo era dantesco, varios cuerpos calcinados y despedazados por el efecto de la explosión espolvoreaban el amasijo de hierro que momentos antes habían sido dos magnificas naves espaciales, sin ninguna duda los infectados ya no eran un peligro para nosotros, habían muerto todos y con ellos quizás nuestro Capitán Bradley. 

-Debemos irnos y ocultarnos antes de que más infectados lleguen alertados por la explosión y el fuego.-Dijo un hombre moreno.

-¡No! Antes buscaremos al Capitán, aun puede estar vivo.-Respondí.

-¿Vivo? Después de esta explosión, es imposible.-Comentó un hombre bajito y con bigote.

-No tenemos tiempo para búsquedas inútiles.-Sentenció el primer hombre-.  ¿Quieres que la muerte del capitán sea en vano?

-No es una búsqueda inútil, ni siquiera sabemos si está muerto, ¡yo digo que le busquemos!- Grité furiosa.

-¿Qué tal si votamos y hacemos lo que la mayoría diga?-Propuso un tercer hombre con el pelo pelirrojo.

Las votaciones fueron tal y como me las imaginé, dos votos para buscar al Capitán contra cuatro de marcharnos, la inestimable ayuda de Dany en esta ocasión no había sido suficiente.

Caminamos hasta toparnos con una cueva de pequeñas proporciones pero suficiente para pasar la noche. Era húmeda y mohosa con estalactitas goteando agua con carbonato cálcico por doquier. A pesar del frio y el agua tomamos la decisión de no hacer fuego, estábamos demasiado cerca y no queríamos llamar la atención de infectados curiosos. A la mañana siguiente pondríamos rumbo hacia la única nave que sabíamos con seguridad que aun seguiría en pie y funcionando, la nave en la que Dany y yo llegamos y que los americanos y el compatriota ruso de Oleg había catalogado como la “nave Europea”.

Cuando todos por fin dormían, salí fuera de la cueva a respirar el aire fresco. La temperatura resultó ser cálida, lo cual era agradable para alguien que llevaba horas escondida en un charco de rocas. Respiré profundamente y un olor ha quemado que ocultaba el puro aroma de la noche entró por mi nariz, aquello no me importó y respiré otra vez. Con cada bocanada de aire mi cuerpo se tranquilizaba y mi mente se despejaba, así que seguí respirando hasta estar totalmente segura y relajada.

Según mis cálculos apenas quedaban tres horas para amanecer y por tanto tres horas para que el grupo se marchara de allí. Me agaché y acaricié el pelaje mojado de mi leal amigo.

-¿Te acuerdas cuando salíamos en la oscuridad de la noche a buscar agua y comida? –Le susurré a mi perro-. Parece que ha pasado tanto tiempo desde aquello.- Dije mirando el cielo-. Éramos sólo tú y yo, y solos debemos hacer esto. Se nos daba bien lo de buscar y escondernos, esto será lo mismo aunque mucho más peligroso y más lejos de casa.

El perro se puso en pie, como si hubiera entendido mis palabras, preparado para acompañarme a donde hiciera falta.

-Así me gusta, chico.- Dije sonriendo-. Siempre listo para la aventura.

Pokito ladró.

-Tenemos menos de tres horas para encontrar al Capitán Bradley, si en menos de tres horas no hemos vuelto el grupo se irá sin nosotros y nos quedaremos solos.-Saqué del bolsillo derecho un arma de pequeño calibre que el mismísimo Capitán me había entregado horas antes y con la que había protegido a Pokito de un infectado dejando escapar a Oleg con la tarjeta electrónica-. No es gran cosa pero puede que aun tenga su olor.-Dije acercándole la empuñadora al hocico.

El perro la olisqueó y levantó su cola color caramelo.

Miré el cielo una última vez y respirando profundamente grité-. ¡Pokito busca al capitán Bradley!

viernes, 2 de noviembre de 2012

Día 27





En mi mente se dibujaba una y otra vez el terrible momento en el que yo dejaba ir a Oleg y como la nave, nuestra última esperanza, partía con un rumbo desconocido pero con un destino mucho mejor que este. Un eco de miedo, de desesperanza se transmitía por todo mi cuerpo, un terrible y doloroso martilleo se ensañaba con mi perdida cabeza y una lágrima, solo una lagrima, se escapaba por mi rostro, dibujando, en su incansable destino de caer y romperse contra el duro y seco suelo, la pena de mi alma.
    
-¡María! ¡María!- Una voz grave me llamaba mientras yo acariciaba de forma compulsiva y nerviosa  el pelaje dorado de Pokito.

-¡María!- La voz se acercaba.

-¡María!- La mano del capitán Bradley me agarró la espalda.

-¿Qué ha pasado?-Me preguntó.

-Se han ido, hemos perdido la nave, vamos a morir.-Respondí mientras mis ojos verdes miraban la nada, perdidos en un mundo entre la locura y el pánico.

-¿Y las otras? ¿Podemos usar las otras naves?

-No. Las puertas no se pueden abrir. Vamos a morir aquí.-Respondí.

-¡No vamos a morir aquí!-Gritó Bradley enfurecido-. ¡Soy el capitán y os voy a sacar de aquí a todos, aunque sea lo último que haga!-La intensidad de sus palabras hizo que mirara sus ojos grandes y oscuros, unos ojos que a pesar de la fragilidad e incertidumbre del momento, aportaban seguridad y confianza.-Pero necesito que despiertes, que reacciones y me ayudes-. Concluyó muy serio.

Yo asentí.

-¡Quiero a todos detrás de las naves, a diez metros de distancia de estas! –Ordenó Bradley-. Yo os cubriré.

-Pero capitán son muchos… -Dijo un hombre de pelo castaño.

-¡Es una orden!-Gritó muy serio Bradley.

-Si, señor.-Respondieron todos al unísono.

Mientras los pocos que quedábamos con vida, tres hombres armados, el compatriota Ruso abandonado por Oleg, Dany, Pokito y yo, nos colocábamos detrás de las dos naves como nos había indicado Bradley, este corría enloquecido, disparando a diestro y siniestro con una pasmosa puntería. La visión era tan increíble que parecía estar ante una fantástica película de acción.

Al llegar al otro lado de las naves perdimos la visión de lo que sucedía, solo un continuo repiqueteo de balas nos indicaba que nuestro valiente y temeroso capitán aun seguía con vida. La espera se nos hizo eterna, los segundos parecían minutos y los minutos horas. Además esperar y no saber a que, era la peor de las torturas, aunque lo más probable es que estuviéramos esperando a que Bradley muriera en un intento loco de alguna rara maniobra. Los seis sujetábamos con fuerza nuestras armas, rechinando los dientes, nerviosos con las frentes sudorosas y los ojos llenos de alerta y temor. Pero para asombro de todos, volvimos a ver al capitán Bradley. Sus piernas corrían a gran velocidad, serpenteando su trayectoria. Tras pararse un instante en la última de las naves e introducir algo en una compuerta posterior, su frenética carrera continuó. Bradley nos chilló algo inaudible desde la lejanía. Varios nos miramos confundidos, esperando que alguno hubiera entendido algo y supiera que hacer, pero no fue el caso. El capitán seguía su incansable carrera hacia nosotros, chillando y agitando los brazos. Y por fin le entendimos.

-¡Al suelo!

Una terrible onda explosiva nos golpeo con fuerza, desplazándonos varios metros. A pesar de haber estado a una distancia de seguridad grande, sentíamos el ardiente calor en nuestros rostros y las cenizas caer al suelo. La explosión llenó todo de fuego y humo pero de los infectados ni rastro, de momento nos habíamos salvado. El capitán lo había logrado, pero ¿Dónde estaba el capitán? Quizás la explosión también se lo había llevado a él, quizás Bradley había …

¡Capitán Bradley!-Chillé, pero no hubo respuesta.