martes, 29 de noviembre de 2011

Día 5




Faltaban un par de horas para el amanecer y yo realizaba mi última guardia antes de salir a la ciudad con Jacob en busca de medicamentos. La noche era tranquila, la luna y las estrellas tenían un brillo especial y el buen tiempo nos acompañaba. Era raro mirar un cielo magnifico mientras en el planeta Tierra el fin del mundo había llegado. Desvié la mirada hacia mi compañero de guardia. Dany estaba sentado en una roca toqueteando un objeto negro, fino y rectangular.

-¿Eso es un iPad 4?-Pregunté contrariada.

-Sí, ¿a qué mola?

-¿Para qué quieres eso? ¿Acaso le queda batería?

-Tiene casi toda la batería. Solo lo enciendo de vez en cuando para saber si hay Wifi y conectarme a internet.

-¿Tú crees que aun funciona internet?

-Algunas páginas si funcionan, pero no todas.

-Sigo sin verle la utilidad.-Respondí.

En ese momento llegó Jacob un poco cabizbajo.

-¿Está mejor?-Pregunté esperando un milagro.

-No, sigue con fiebre.-Respondió Jacob, mientras me miraba. -¿Es buena hora para irnos?

-Con el amanecer las calles se vacían, así que ahora es el momento más seguro de todo el día para irnos. Voy a por una cosa y nos vamos.

Habíamos decidido ir sin mochilas para que no nos asaltaran, pero ya que iba a jugarme la vida por Samuel y por Jacob, era necesario coger solo una cosa, mi cuchillo. En la oscuridad del campamento, saqué de mi macuto sin que nadie me viera, el cuchillo que días antes encontré en el centro comercial y lo guardé en uno de los bolsillos de la pierna derecha de mi pantalón verde oscuro. Era un pantalón muy feo, pero útil para guardar cosas.

Andamos unos cuarenta minutos hasta llegar a la ciudad, solos y en silencio. Las casas y los comercios estaban bastante deteriorados. Las calles estaban totalmente destrozadas, las farolas arrancadas, cristales por el suelo, basura en las aceras. Se parecía a la ciudad en la que yo vivía.

Recorrimos la calle y encontramos un Starbucks, un McDonald’s  y un viejo parking que aún estaba lleno de coches llenos de polvo, pero ni una triste farmacia, hospital o centro sanitario. Cuando ya casi era de día y el tiempo se nos había agotado, encontramos un centro de estética. Aun se podía leer de un sucio y roto cartel luminoso “centro de estética: Tu belleza es lo primero”

-¡Aquí! –Gritó Jacob. –Lo hemos encontrado.

-No te ilusiones tanto, puede que ya no quede nada.-Dije señalando las ventanas rotas.

Entramos en el oscuro centro y encendimos las linternas. El suelo crujía con nuestras pisadas, los cristales rotos lo cubrían todo. Había una pequeña sala de espera con sofás de color granate y un mostrador. Registramos recepción y no encontramos nada útil. Continuamos por un pasillo largo y gris, en el que había tres puertas. Dos de ellas conducían a los quirófanos y la otra a un despacho. Lo intentamos en los quirófanos, pero ya habían sido registrados antes de llegar nosotros. Abatidos y desesperados, abrimos la puerta del despacho. Era un despacho grande, lujoso, con amplios sillones de piel. En las paredes colgaban varios diplomas del Doctor Johnson, y en un robusto y caro mueble de madera maciza había varias copas doradas al mejor cirujano o al médico del año. Al fondo la flamante mesa del Doctor Johnson coronaba el despacho.

-¡Que lujo! El Doctor Johnson debía ser un buen cirujano.-Dijo Jacob.

-Imagino, pero recuerda que estamos buscando medicamentos y que ya vamos mal de tiempo. Pronto las calles se llenaran de gente y eso no será nada bueno.

-Tranquila, solo voy a cotillear un poco su mesa, a lo mejor tiene algo interesante.- Respondió Jacob mientras se acercaba a ella.

-¡Mira lo que he encontrado!- Gritó ilusionado Jacob.

-¿El qué?- Pregunté expectante, mientras me aproximaba para verlo más de cerca.

-Las llaves de un Porsche. 

-¿Qué?-Pregunté enfadada.

-Un Porsche.-Repitió Jacob-. Un coche.

-¡Ya sé que es un coche! Pensé que sería algo valioso.

-Es algo valioso.-Afirmó el chico.

-No lo es, puede que antes si pero ahora…-Me apoyé en la gigantesca silla de piel que algún día perteneció al fantástico Doctor Johnson y esta se giró dejando ver su contenido-. …noooo!-Grité.

El cadáver del Doctor Johnson yacía en la silla del despacho, con un hierro clavado en el pecho.

-¿Haría mal una rinoplastia?- Preguntó Jacob.

No pude evitar que se me escapara una carcajada con aquella broma macabra.

-Busquemos en su armario, por si hay algo que de verdad nos interese.-Dije poniéndome seria de nuevo.

 -Vale.-Respondió el chico guardándose las llaves en el bolsillo.

Intentamos abrirlo pero estaba cerrada. Así que a pesar de que no quería que Jacob supiera que estaba armada, saqué el cuchillo militar para forzar el armario.

-¿Desde cuando llevas un cuchillo?

-Desde siempre.-Dije sin darle importancia.- ¡Ya está!

 El armarito estaba lleno de medicamentos, gasas, tiritas y jeringuillas. Entusiasmados nos guardamos todo lo que pudimos en los bolsillos y nos marchamos de aquel oscuro centro de estética.

Al salir nos dimos cuenta que ya era de día y la calle estaba llena de gente que deambulaba rebuscando en la basura.

-Vámonos rápido pero sin correr, no te separes y no les mires.-Dije a Jacob muy nerviosa, mientras el asentía con la cabeza.

Caminamos varios metros por la acera, apartándonos todo lo que podíamos de la gente, sin mirar atrás y tratando de pasar desapercibidos. Al pasar por el Starbucks noté que un hombre con bigote y barba nos vigilaba. Cambiamos de acera y traté de mezclarnos con un grupo de gente que hacia un fuego en un cubo pero el hombre también cambió de acera y se acercó a nosotros.

-Vosotros no soy de aquí, ¿verdad?

-Estamos de paso. –Dije sin parar de andar.

-¿Y a que habéis venido a nuestra ciudad?-Gritó el hombre para que todos le oyeran-. ¿Nos habéis robado comida?

Todo el mundo nos miró en silencio.

-Claro que no, solo estamos de paso.-Volví a decir.

-¿Y porque tenéis tanta prisa?- El hombre se rascó su sucia barba y nos miró con ojos astutos.

La gente comenzó a rodearnos, en silencio, esperando a que aquel hombre diera su veredicto.

-¡Tienen comida, cogedlos!-Gritó el hombre barbudo.- ¡Matadlos si es necesario, nos han robado!

Jacob y yo comenzamos a correr en dirección al parking con la oleada de gente enfurecida siguiéndonos de cerca. Por mucho que tratáramos de defendernos moriríamos en nuestro intento, eran muchos más, solo nos quedaba huir. Pronto nos vimos atrapados, estábamos rodeados.

-¿Qué hacemos?-Pregunté en alto en busca de ayuda de Jacob.

Pero Jacob no me respondió, solo sacó algo de su bolsillo.

-¡Bip, Bip!- Sonó en el interior del parking.

-¿Eso es lo que creo que es?

-Sí. Lo es.

Corrimos hacia el interior del parking buscando como locos un Porsche.

-¡Allí está!-Indicó Jacob.

Un Porsche rojo estaba estacionado en una plaza de garaje que ponía: Doctor Johnson. Ambos entramos en él y cerramos las puertas, Jacob encendió el motor pero al meter la marcha el Porsche se caló.

-Date prisa, el barbudo ya esté detrás de nosotros y los demás le siguen de cerca.

-Tranquila, que ya está.-Dijo Jacob metiendo la marcha.

El coche en vez de ir hacia delante, fue marcha atrás, atropellando al hombre y produciendo un tremendo ruido y balanceo del coche.

-Uy

-No sabes conducir, ¿verdad?

-Solo tengo quince años.- Se rasco la cabeza Jacob-.Es que como era yo el que tenía las llaves en la mano y la gente nos perseguía, no te dije nada.

Corre cámbiame el sitio.-Le ordené al chico.

El gentío al ver a su líder arrollado debajo de las ruedas del coche se apartó. Arranqué el Porsche y salimos de aquella asquerosa ciudad para no regresar jamás.

Al campamento llegamos en pocos minutos, pero fueron los mejores que tuve en mucho tiempo. Desde la llegada del fin del mundo no había vuelto a conducir y hacerlo en un coche como aquel será siempre un buen recuerdo.

Estacioné el automóvil, la fila de coches abandonados en la autopista me impidieron hacerlo cerca del refugio. Al parar el motor, corrimos nerviosos hacia el agujero en el asfalto que era nuestro campamento, esquivando las hileras de coches destartalados, los cúmulos de neumáticos quemados y la basura en general. Dany al vernos nos sonrió, Pokito ladró y brincó de alegría.

Jacob nada más llegar, sacó los medicamentos de uno de sus bolsillos y se los administró a su hermano. Después, con la tranquilidad de haber terminado y cumplido con nuestra loca misión, comimos unas latas de legumbres mientras narrábamos nuestra aventura a Dany. Entré tanto, no nos dimos cuenta que un pálido Samuel nos escuchaba y nos miraba desde lejos.

-¿Qué haces ya de pie?-Preguntó Jacob, al ver a su hermano levantado.

-Estoy mejor, solo necesito comer algo.-Dijo Samuel sonriendo.- ¿De verdad habéis ido a la ciudad por mí?

-Sí, y tenemos un coche nuevo, veras que coche es.-Respondió Jacob mientras se rebuscaba en los bolsillos del pantalón.-Nos hemos dejado las llaves puestas. ¡Voy a por ellas!

En la ausencia de Jacob, los demás continuamos charlando, felices por aquel momento, todo parecía salirnos bien, habíamos sobrevivido varias veces a las oleadas y eso era casi un milagro, así que nos olvidamos completamente de hacer guardias, lo cual fue un tremendo error. La voz de un extraño interrumpió aquel bonito momento.

-Si no queréis que mate al chico darme todas vuestras cosas. ¡Rápido!

Un hombre de unos treinta años y de complexión corpulenta inmovilizaba a Jacob con un brazo y con el otro sujetaba un cuchillo que apoyaba firmemente en el cuello del muchacho. 

-No le hagas daño a mi hermano, por favor.-Gritó un debilitado y pálido Samuel.- Te lo daremos todo, pero no le hagas nada, solo tiene quince años.

Cogimos las mochilas y se las lanzamos para que soltara a Jacob, el cual estaba muy asustado.

-Ya te hemos dado todo, suéltale por favor.-Dijo Samuel.

Observe la escena con detenimiento, yo llevaba un cuchillo en el bolsillo del pantalón y a la menor oportunidad no dudaría en usarlo, pero no tuve ninguna ocasión de hacerlo.

¿Así que es tu hermano?-Dijo el hombre con una sonrisa de burla-.Lástima.

El extraño se apartó un poco de Jacob sin dejar de sujetarlo, separando el cuchillo de su garganta. Agarró con fuerza la empuñadura de su arma para después clavarla en el corazón del chico. Samuel gritó y echó a correr para tratar de salvar la vida de Jacob, pero era tarde, solo pudo sostener el cuerpo inerte de su hermano mientras el extraño hombre corría ya lejos de allí con todas nuestras cosas.  

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Día 4




Pasamos la noche en un bosque a las afueras de la ciudad. Montamos la tienda en la zona más poblada, semioculta entre hojas y matorrales. Hicimos guardias de dos en dos, vigilando en todo momento el perímetro, no queríamos más sorpresas inesperadas como la del centro comercial. Usamos como luz el juego de hacer experimentos, que por suerte llevaba una pequeña bombilla, solo para determinados momentos para no ser descubiertos. Apenas descansamos, estuvimos muy inquietos, era la primera vez que nos encontrábamos sin la seguridad de un refugio con puerta y cuatro paredes, así que todos agradecimos los primeros rayos de luz del amanecer.

Tras recoger el campamento, retomamos nuestro camino. Al principio fuimos caminando por el bosque ocultos entre la maleza, pero pronto el bosque terminó y tomamos la carretera.

-No me gusta nada ir a plena luz del día por la autopista, sin poder ocultarnos. Las oleadas aparecen cuando menos te lo esperas.-Dije muy nerviosa.

-Es el único camino que hay si queremos encontrar el punto de despegue.-Respondió Samuel.

-Lo sé, pero sigue sin gustarme.

Caminamos durante horas, siguiendo la línea continua del asfalto. Los fragmentos de grava sueltos se nos incrustaban en las botas, haciendo muy molesto el trayecto. Al tomar una curva muy cerrada divisamos una fila de coches abandonados. El atasco era de varios  kilómetros, seguramente la gente trató de huir del caos y los saqueos de su ciudad, en busca de un lugar mejor. No lo encontraron.

Al llegar a la hilera de coches reducimos nuestro paso, sigilosos inspeccionamos el camino. Las puertas de los automóviles estaban abiertas y algunas incluso arrancadas. En el interior solo había desorden y podredumbre. No parecía haber nadie, estábamos solos.

-Creo que deberíamos registrar los coches, quizás encontremos cosas útiles.-Dijo Samuel.

-Pero iremos de dos en dos, será más seguro.-Respondí mientras miraba a los ojos a mis tres compañeros.

-Yo iré con mi hermano, Dany tu acompaña a María.-Indicó Samuel, mientras Dany asentía con la cabeza. 

Dany y yo, empezamos a explorar la fila de coches de la derecha. Comenzamos por un coche rojo de la marca Volkswagen. Abrimos el maletero, en su interior solo encontramos una rueda de repuesto y un triángulo para los accidentes o averías.

-Nada útil.-Dije mientras me dirigía hacia la parte delantera del vehículo.

Entré en el habitáculo del copiloto. Una peste a orín me hizo taparme la cara.

-¡Puajj!  Alguien ha usado este asiento como baño.

Presioné, con mucho cuidado de no tocar nada más de lo necesario, el botón de apertura de la guantera. Pero no había nada interesante.

De pronto el coche se balanceó, sonó un ruido fuerte y yo me lancé a la carretera aterrorizada, tapándome la cabeza con los dos brazos. Una risa me hizo levantar la mirada. Era Dany.

-Solo he cerrado el maletero.-Dijo entre carcajadas.

-¿Y para que cierras el maletero?, ¿crees que al dueño le va a importar que lo dejes abierto o quizás es para que no le roben el triángulo?-Pregunté molesta.

-No sé, fue un acto reflejo.-Respondió Dany ya sin risas.

-Pues no tengas más actos reflejos, el ruido puede atraer a alguien.

Nos dirigimos al siguiente coche. Esta vez tuvimos suerte, la peste era de comida en mal estado, lastima no haber llegado tres meses antes. En el maletero tampoco había nada, salvo otro inservible triangulo, así que avanzamos al de delante. Era un Ford blanco bastante viejo. Las puertas estaban cerradas menos la del conductor. Nos acercamos juntos a echar una ojeada al interior y algo nos dejó petrificados. En el asiento trasero había una silla de bebe y en ella aún se encontraba su dueño. El cadáver del niño estaba muy descompuesto y totalmente comido por los bichos. Alguien salió corriendo y se dejó a su bebe dentro, condenándolo a una muerte lenta y segura. Las personas hacíamos cualquier cosa por sobrevivir, incluso abandonar a nuestros seres queridos.

Tomamos la decisión de no inspeccionar aquel Ford, a pesar de que pudiera contener comida o algo útil para nuestro viaje, el cadáver nos había impresionado demasiado. Continuamos explorando los demás automóviles sin casi decirnos nada, ignorando nuestro macabro hallazgo.

Cuando ya estábamos hartos de guanteras, ruedas de repuesto y gatos, un ruido de pasos nos alertó. Al mirar al frente nos dimos cuenta que una oleada de gente corría despavorida hacia nosotros. Intentamos huir pero ya era tarde.

No sé qué hicieron mis compañeros, con los nervios de ser arrollados por la oleada cada uno corrió en una dirección. El corazón me palpitaba fuerte en el pecho, la boca se me secaba, las piernas me temblaban y aun así la adrenalina o puede que mi impulso por sobrevivir me hacía correr sin parar. Giré la cabeza hacia atrás, ya casi les tenía encima. Correr no me servía de nada así que me quité la mochila de mi espalda y me oculté bajo uno de los coches de la autopista, agarrando con fuerza con una mano el macuto y con la otra a mi perro para que no se moviera. La oleada pasó furiosa entre los coches, podía ver sus deteriorados y sucios zapatos amontonarse justo a mi lado. Escuchaba ruidos bruscos de puertas abriéndose y cerrándose, afortunadamente estaban buscando comida de los vehículos y no a mí.

Algo inesperado sucedió, unos chillidos frenéticos llamaron mi atención, alguien había encontrado comida en buen estado. La gente se amontonaba tratando de adquirir un poco de alimento. Al principio todo parecía civilizado pero al terminarse las raciones, la gente comenzó a ponerse nerviosa y los nervios dieron paso a la indignación, a la ira, a la cólera y como no a la violencia. Los que no habían logrado obtener nada que llevarse a la boca intentaban arrebatar a los otros su porción, propinando todo tipo de tirones y golpes. Un hombre cayó sangrando justo a mi lado. Le miré con ojos asustados y él a mí. Era cuestión de tiempo que al ver mi gordo macuto marrón lleno de cosas, delatara mi posición a los demás. No quería herir a nadie pero cuando tu propia vida está en juego hay que defenderse.

El hombre se acercó hacia mí, introduciendo su cabeza debajo del coche que me servía de refugio para observarme con más detenimiento. Miré a mi izquierda, junto a mi yacía una larga y oxidada herramienta, la cogí y propiné con fuerza un golpe en su cabeza. El hombre se desplomó inconsciente en el suelo. Creo que lo maté, aunque no puedo estar segura, no me quede para comprobarlo.

Gateé entre los coches sin ser vista por la enfurecida oleada de gente y permanecí inmóvil, oculta entre la basura. Pronto el tumulto se disipó, la paz, el silencio y la soledad reinaron de nuevo en la carretera.

-¿Estáis todos bien?-Pregunté cuanto todo hubo pasado.

-Yo sí y Jacob también pero Samuel no lo está tanto, tiene un corte un poco feo. La oleada alcanzó a Samuel  y a su hermano, Samuel pudo evitar que Jacob saliera herido pero él no tuvo tanta suerte.-Respondió Dany mientras señalaba el brazo derecho de Samuel.

-Déjame ver.

Levanté la ensangrentada camiseta de Samuel y observé el profundo corte de su brazo. Fea no era la palabra. La carne le colgaba asquerosamente y se le podía ver el hueso.

-Tenemos que coserle ese corte. Tengo un kit de costura de viaje, podemos usarlo. ¿Alguien tiene algo para desinfectarle?

Fue entonces cuando nos dimos cuenta que ninguno tenía un botiquín de primeros auxilios, ni siquiera una simple tirita. Y por supuesto entre nuestros suministros no había ninguna botellita de whisky u otra sustancia alcohólica, de la que siempre disponían en toda serie o película del fin del mundo, ya sea para desinfectar o para aliviar el dolor al herido. Os voy a confesar un secreto, cuando sabes que el fin del mundo ha llegado, lo primero que terminas son las bebidas alcohólicas.

-Bueno, entonces lavarle con agua y jabón la herida y coserle.

-¿Qué le cosamos? ¿No sabemos coser y menos un trozo de carne?

-¡Yo tampoco sé coser!-Exclame indignada, daban por supuesto que yo si, por ser mujer-. Solo he cosido algún botón y he zurcido algún roto, nada más.

-Ya es más que nosotros, ¿no crees? –Dijo Jacob preocupado por su hermano.

-Está bien, lo haré.

Saque de mi mochila el kit de costura, la pastilla de jabón y una botella de agua. Le lavé la herida, la cual no paraba de sangrar. Sequé un poco la sangre con una camiseta que Jacob me había dado y enhebré la aguja con hilo negro.

Aún recuerdo lo fácil que parecía coser una herida en la televisión, uno introducía la aguja en la piel como si de un trozo de tela se tratara y mientras el enfermo está totalmente quietecito. ¡Ja! ¡ja y ja!. Nadie te explica hasta donde hay que introducir la aguja, ni lo fuerte que hay que dar los puntos o si es mejor el zigzag o coserlo en línea recta.

Sujeté con la mano izquierda el trozo de carne que colgaba, mientras con la otra trataba de dar los puntos. Introduje en la piel la aguja despacito para no cometer ningún error y Samuel muerto de dolor, retiró el brazo chillando, produciéndose un estropicio mayor. Me quedé en la mano con un trozo de piel. Al verme entre los dedos el preciado regalo que Samuel me había hecho, vomité.

Cuando me recuperé de mi malestar, volví a intentar dar los puntos. Esta vez Jacob y Dany le inmovilizaron mientras yo zurcía la herida lo más rápido posible. No queríamos que se repitiera aquella desagradable y dolorosa situación.

Al llegar la noche, no tuvimos más remedio que dormir a la intemperie, en un surco de la carretera. La tienda habría llamado la atención. Dany, Jacob y yo hicimos guardia toda la noche, mientras Samuel deliraba por la fiebre. Su herida estaba infectada y no duraría mucho en ese estado.

-Necesita antibióticos o morirá.-Dije muy seria a mis dos compañeros. 

-Estamos cerca de la próxima ciudad, mañana iré y traeré medicamentos.-Respondió Jacob.

-No puedes ir tú solo.-Exclamé preocupada-. Iré contigo.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Día 3



Tras haber dormido 8 horas en la cómoda cama de mi hogar por última vez, abrí una lata de conservas y me la comí  junto a la tranquila compañía de Pokito, necesitaba reponer fuerzas para el inicio de la aventura. Tras recoger la mesa, centré toda mi atención en hacer el equipaje. Seleccioné mi mejor mochila, una mochila de gran capacidad de color marrón que en tiempos anteriores usé para ir de acampada. Vacié su contenido, unas viejas y arrugadas hojas de periódico en forma de bolas que ayudaban a mantener  la forma de la bolsa. Cogí una de ellas y la estiré para curiosear la fecha del periódico, era de noviembre de 2011 y aun se podía leer la noticia “La crisis de los mercados eleva las primas de riesgo de Austria, Bélgica, Francia, España e Italia”.

-La crisis de los mercados, la bolsa, las primas de riesgo… aún recuerdo cuando escuchaba esas palabras en los telediarios, Pokito.-Dije arrugando la hoja de papel entre mis manos-. Y lo que nos preocupaba la bolsa, había siempre debates en la tele con supuestos expertos en la materia, ¡Ja! Si hubieran sido tan expertos se habían dado cuenta que la caída de la bolsa era un indicador de que el fin del mundo se acercaba y hubieran hecho algo para solucionarlo.

Metí un pantalón vaquero azul oscuro y un par de camisetas. En una de ellas había dibujado un smiley amarillo chillón con su famosa sonrisa y la otra era de color rosa oscuro con la frase “me encanta ir de compras” escrita en el centro en letras blancas. No eran las más adecuadas para la ocasión pero eran las únicas limpias y sin agujeros que tenía. También guardé una chaqueta para los días fríos, la última pastilla de jabón que me quedaba, un saco de dormir y toda la comida y bebida de mi despensa. Al terminar cerré el macuto y me senté a esperar la hora acordada. Había quedado con Samuel que al amanecer nos encontraríamos frente al centro comercial y desde allí saldríamos su grupo y yo hacia el lugar del que despegó el cohete alemán. Por suerte para mí, el lugar estaba a tan solo 1 minuto de mi refugio, así que no tendría problemas para llegar, y si por algún motivo descubría que el grupo de Samuel no era de fiar, sería fácil escaparme entre el caos de cajas, botellas y carritos de la compra del centro comercial.

A los primeros rayos de luz abandoné el refugio teniendo cuidado de no hacer ningún ruido. Bajé los escalones y revisé la vacía calle desde detrás de los buzones. Salí del portal, eché una última mirada al que había sido mi hogar y comencé la marcha hacia el centro comercial. Al llegar a la entrada principal me encontré con tres figuras humanas. Una de ella, la más alta me hizo un gesto con el brazo, era Samuel. Al acercarme pude ver el rostro de mis nuevos compañeros. Primero observé a Samuel, sus ojos juntos y marrones eran tal y como los recordaba. A continuación me fijé en la persona que estaba a su derecha, era un chico de unos quince años, con el pelo castaño, sucio y alborotado, y con un cierto parecido físico al de Samuel. Por último miré al tercer futuro compañero. Era un joven de unos veintitantos años, muy corpulento, más bien gordo, con unas gafas enormes de pasta negra, las cuales no paraba de colocarse con el dedo mientras leía lo que parecía ser un comic roñoso.

-¡Hola!-Dijo Samuel.

-¡Hola!

-Este es Jacob, mi hermano y Dany mi mejor amigo.

-Cuando hablaste de un grupo pensé en un grupo con más gente y más...  a vuestro lado Pokito parece un perro feroz, temible e incluso yo creo que un poco más alto.

-Sí, pero este pequeño grupo descubrió lo de la nave espacial y le necesitas si quieres llegar al punto de despegue. –Dijo Samuel mientras miraba a sus amigos con una sonrisita prepotente.

-Vale, está bien. Salgamos de este sucio centro comercial, siempre me ha dado grima este sitio.

-Antes de irnos debemos entrar y buscar ciertas cosas para acampar, nosotros no tenemos ni una simple tienda, ¿tu si?

-No. Tengo un saco, pero creo que una tienda vendrá bien. Si no hay más remedio entraremos pero no hagáis ruido, hay mucho loco por ahí suelto.

Los 4 entramos por la descolgada puerta corredera del centro comercial. El interior estaba oscuro y tuvimos que encender las dos linternas que llevábamos. Una iba a pilas y a veces se apagaba. Estaba oxidada y las pilas no hacían buen contacto. La otra se accionaba al mover una manivela, era útil porque no necesitaba pilas pero el que la llevaba acababa con un pequeño dolorcillo en los dedos.

-Creo que las cosas de camping están en la segunda planta.-Dijo Jacob susurrando.

-Subamos por las escaleras mecánicas.-Respondió Samuel.

Tras subir los corroídos y enormes escalones inmóviles de la escalera mecánica, llegamos al departamento de ocio y tiempo libre. Entre bicicletas sin ruedas y una mesa de billar sucia que alguien había utilizado de cama, encontramos un maniquí sin cabeza y con ropa de montaña. En el suelo yacía su mano rota que aun sujetaba un cuchillo estilo militar. Lo cogí sin que me vieran mis tres amigos y lo guardé en mi mochila. Nunca se sabía cuándo una chica podría necesitar defenderse.

Rebuscamos entre cajas vacías durante una hora. No quedaban camping gas, ni linternas o cantimploras. Pero Dany encontró una tienda de campaña. Era de las pequeñas, pero suficiente para resguardarnos del frio y la lluvia. Jacob sacos de dormir y yo varias botas de montaña que nos pusimos inmediatamente, aunque nos quedaran grandes.

-Ya está, es lo único que hay.-Dijo Jacob.

-Pero no tenemos ni una luz, ni una radio. Tenemos pocas cosas para un viaje tan largo.-Respondió Samuel.

-Podemos intentarlo en el departamento de juguetes.-Respondió Dany.

Todos le miramos con ojos de asombro.

-¿Juguetes?-Preguntó Samuel.

-Sí, juguetes.- Exclamó Dany entusiasmado.- Siempre hay linternas de Spiderman o Walkie talkies de Bob Esponja.

-Es buena idea Dany.-Afirmé decidida-. Vámonos al departamento de juguetes.

Nos encontrábamos en un pasillo largo, oscuro y frio, rodeados de tenebrosos muñecos mirándonos con ojos psicópatas. A pesar de lo tétrico del lugar no tuvimos más remedio que rebuscar entre los juguetes.

-Aquí he encontrado un Walkie.-Dijo Dany.

-¿Y qué tal esto? –Preguntó Jacob mientras nos mostraba un juego de hacer experimentos-. Pone que lleva una bombilla, quizás nos dé luz.

-A mí me parece bien. Yo voy a buscar entre las Barbies, puede que encuentre algo.

Miré el stand de Barbie. Era de un bonito y cálido rosa, las baldas estaban descolocadas y las cajitas de muñecas estaban abiertas. Yo cogí una de ella, llevaba un vestido rosa y una corona de princesa. Era triste pensar que ya nadie jugaría con ella, apenas quedaban niños y los pocos que quedaban preferían sobrevivir a jugar a las muñecas. Algo interrumpió mis pensamientos. Era un grito. Ya no estábamos solos.

-Quiero toda la comida que tengáis.-Gritó enfurecido un hombre con barba mientras sostenía entre sus manos una afilada arma.-Y más vale que el chucho se esté quietecito si no queréis que me lo meriende.

-Le daremos todo.-Respondió la voz temblorosa de Dany.

-¡No!-Dijo Samuel mientras sujetaba a Dany de su intento de quitarse la mochila.-Necesitamos la comida.

-Entonces creo que os mataré y luego os quitaré la comida.

El hombre empezó andar, acercándose a nosotros, empuñando su afilado cuchillo con fuerza. Éramos cuatro contra uno y aun así ninguno sabía qué hacer. Entonces me miré las manos, aun sostenía la muñeca Barbie con su bonito vestido entre mis dedos  y casi sin pensar, la lancé a la cara del hombre. Este se tambaleo un poco, contrariado.

-¡Corred!-Grité.

Ninguno paró de correr hasta encontrarnos a varias manzanas del centro comercial. Por suerte habíamos escapado. Descansamos un rato, repartimos en las mochilas los objetos encontrados en el centro comercial e iniciamos la marcha hacia nuestro destino.  

viernes, 11 de noviembre de 2011

Día 2



Eran las 3 de la mañana cuando me disponía a salir de casa. La noche era oscura a pesar de que la extraña luz aún surcaba el cielo de nuestro planeta. Se oían voces que provenían de la calle, la gente corría y se agolpaba sin rumbo debido al terremoto que habíamos vivido, el miedo se había apoderado de la ciudad. Y aun así yo iba a abandonar la seguridad de mi refugio para adentrarme en aquel peligroso caos. En aquel momento fue la decisión más loca que pude haber tomado pero con el tiempo entendí que aquella tremenda temeridad me salvó la vida.


Antes de salir miré por la mirilla y tras observar con detenimiento la soledad de mi rellano, giré el pomo de la puerta. Puse un pie tembloroso en el ennegrecido y roto descansillo que algún día fue una brillante e impoluta zona comunitaria, adornada con macetas llenas de flores de vivos colores que atendían con esmero los habitantes de cada planta del edificio. Cerré la puerta con cuidado de no hacer ningún ruido y con el mismo sigilo, bajé uno a uno los escalones de los 8 pisos del edificio junto a mi pequeño pero fiel amigo.

Al llegar al portal me escondí entre una pila de buzones rotos que alguien, no sé con qué fin, había arrancado uno a uno de la pared de mármol de la entrada. Desde allí observé la calle, parecía vacía, era el momento idóneo para salir. Justo cuando abandonaba la montaña de buzones una oleada de gente cruzó la calle. Me escondí tan rápido como mis piernas me lo permitieron pero la oleada pareció haberme visto, pues con gran desesperación trataban de abrir la puerta del portal. Menos mal que los pocos que habitábamos el edificio tomabamos la precaución de cerrar con llave la puerta. Varios individuos con cara de pocos amigos miraban entre los barrotes inspeccionando el interior del portal. El corazón me latía rápido y acompasado con los espasmos a modo de temblores de mis extremidades. Pokito se encontraba a mi lado quieto pero vigilante, con las orejas en punta preparado para atacar si fuera necesario. Alguien pegó un codazo a otro alguien y dio lugar al comienzo de una pelea. Los empujones y puñetazos hicieron perder el  interés por mí, y la oleada abandonó poco a
poco la calle, hasta volver a quedar vacía.

Esperé unos instantes a que me regresara la calma y con la oxidada llave del portal en la mano, corrí a la entrada. Al salir al exterior, una bofetada de podrido me sacudió la cara, la basura inundaba las aceras y el estropeado asfalto. Cogí aire por la boca para no respirar tan nauseabundo olor y eché a correr calle abajo en dirección al descampado que horas antes había divisado por mi viejo telescopio. Esquivé varios contenedores de basura caídos y lo que parecía ser un puesto de prensa desvalijado. Pero al mirar hacia atrás para asegurarme de que nadie me perseguía tropecé con unas latas y no pude evitar caerme al suelo. Al intentar levantarme me di cuenta que había caído sobre un hombre muerto. No tenía ojos y por la boca  unos gordos y viscosos gusanos se agitaban en una danza mortecina. Grité y me incorporé. Asqueada me sacudí los gusanos que se me habían pegado a la ropa, pateé una rata que se interponía en mi camino y continué mi frenético rumbo hacia el descampado.

Tras varios minutos de carrera casi había llegado. Solo tenía que cruzar el puente y llegaría a mi deseado destino. Pero pasar por aquel puente fue más difícil de lo que a simple vista parecía.

Me agarré a la barandilla y pisé con cuidado cada uno de los tablones de madera que formaban el agrietado suelo. Cuando solo quedaban unos metros para llegar al otro lado del puente, me di cuenta que faltaban varios tablones. Tampoco había barandilla con la que ayudarme, la única forma de pasar era saltando. Tomé impulso y salté todo lo que pude, pero no fue lo suficiente porque quedé colgada, siendo mi única forma de sujeción las manos. Clavé las uñas en la arena e intenté subir las piernas, pero no pude. El cansancio me hacía resbalar así que miré hacia abajo en busca de otra forma de escapar. Bajo mis pies cruzaba el turbio y frio rio. Si caía quizás podía salvarme pero no sería muy agradable, el agua estaba sucia y contaminada, no solo por los residuos que un día dejamos cuando éramos un planeta rico y contaminante, sino también por los cuerpos putrefactos que surcaban las aguas. Pokito ladraba nervioso, él si había logrado llegar al otro lado, pero no sabía cómo ayudarme. Si  hubiera sido un pastor alemán u otra raza de gran envergadura podía haberme agarrado a él pero mi leal Pokito era un pequeño mestizo de Pomerania.

-¡SSShh! Calla Pokito, que nos van a oír.-Susurré para tranquilizar a mi perro. Teníamos que guardar silencio a pesar de lo complicado de la situación.

Resbalé unos centímetros y mi pie derecho dio con un ladrillo que sobresalía un poco más respecto a los demás. Coloqué la punta del pie sobre él y me impulsé subiendo la pierna izquierda, logrando por fin subir. El ladrillo cayó y se sumergió en el fondo del oscuro rio.

Corrí  eufórica hacia el descampado y coloqué con gran agilidad el telescopio que llevaba en la mochila. Miré por él pero había llegado tarde, la luz ya no estaba.

Oí un ruido detrás de mí, me había dado tanta prisa por mirar por el telescopio que me había olvidado por completo de revisar el perímetro. Al girarme una figura humana me observaba con curiosidad.

-¡Alto! No te acerques más o diré a mi perro que te ataque.-Grité al desconocido.

-¿A tu perro? Querrás decir a tu peluche.

La verdad  es que Pokito se asemejaba mucho a un osito de peluche, su diminuto hocico marrón, sus graciosas orejas, su largo y suave pelo dorado, y su pomposa cola blanca le otorgaban tan dulce aspecto.

-Mi peluche no dudará en morder sin compasión la parte del cuerpo que yo le indique.-Chillé al extraño con tono duro y arrogante. Necesitaba asustarle.

-Pero si es un perro muy dulce.-Respondió el extraño dando varios pasos hacia delante.

Para sorpresa del hombre, Pokito enseñó sus afilados dientes y gruñó enfadado dispuesto a atacar a la persona que había osado acercarse demasiado a su dueña.

-Vale, vale, lo he entendido. Dile a tu perro que no me ataque.-Dijo mientras retrocedía.

-¿Y por qué iba yo hacer eso? Puedes ser peligroso.

-¿Peligroso yo? Soy pacifico, nunca me he peleado con nadie. Solo he venido porque te vi mirando por el telescopio.

-¿Que te importa que haga o deje de hacer?-Pregunté
contrariada ante aquella respuesta.

-Imagino que tratabas de ver la luz, ¿no?

-Sí y ¿qué?

-Pues que ya no está, has llegado tarde.

-Ya sé que he llegado tarde, ¡no soy ciega! Dices unas cosas muy insolentes para tener un perro rabioso apunto de morderte.

-Ya, ya sé que… sabes que has lle llegado tarde.-Tartamudeó el hombre por el pánico-. Solo quería decirte que yo si lo he visto y puedo contarte lo que era.

-Así y ¿qué era?-Pregunté ansiosa.

-Una nave espacial y por la palabra que llevaba escrita era alemana.

-¿Una nave? ¿Estás seguro? ¿Cuéntame más?

-¡Oye, si quieres que te cuente más dile a tu perro que deje de mirarme asesinamente!

-¡Descansa Pokito! –El perro dejó de enseñar los dientes y se sentó-. Ahora habla.

-Pues sin duda era una nave, un cohete y alemán. –El hombre se rascó la cabeza dubitativo y volvió a hablar-. Es lo único que sé.

-¿Ya está? ¿Solo sabes eso? Que decepción. He arriesgado mi vida para no saber nada.-Dije molesta.

-Bueno si te sirve de algo, mi grupo y yo también hemos visto de donde salía el cohete y queremos ir para indagar más. Quizás son los militares o el gobierno, y han encontrado alguna solución para el final del mundo.-Sonrió el hombre mientras levantaba los hombros.

No parecía ser la única persona que había tenido aquella desequilibrada idea y el averiguar de dónde salió aquella nave espacial me parecía muy interesante, pero no sabía si podía fiarme de un desconocido o peor aún de un grupo de desconocidos. El extraño interrumpió mis pensamientos y dijó:

-Puedes acompañarnos si tú quieres, no nos importa. Tu ayuda será bien recibida, el mundo es ahora muy peligroso y cuantos más seamos mejor. Además, tu peluche nos será muy útil. Yo soy el que más impone de mi grupo y tu perro me ha puesto a raya.-Rió el hombre-. ¿Te apuntas?

-Está bien pero el perro se llama Pokito.-Contesté ofendida.

-Yo soy Samuel y ¿tú eres…?

-María, mi nombre es María.