jueves, 27 de diciembre de 2012

Día 29



La noche empezaba a clarear, quedaban solo dos horas para el amanecer y aun no habíamos encontrado la zona caliente de la explosión. Las estrellas empezaban a desvanecerse en el horizonte y el calor de un nuevo día se iba abriendo paso en la oscuridad de la noche.

Un respirar profundo y ahogado brotaba por mi boca, un sudor frio recorría mi sucio rostro y unas piernas agotadas se movían sin descanso pisoteando las hojas secas y el barro. Giramos a la derecha y luego a la izquierda, llegando a una arboleda más profunda. Las pequeñas patas de Pokito corrían fuertes y a tal velocidad que apenas tenía tiempo de cortar las ramas con mi cuchillo y las hojas sacudían mi rostro arañando mis mejillas.

Pokito paró. Su posición se volvió tensa, con sus grandes ojos en alerta y su inquieto olfato rastreándolo todo desde la distancia. Nos quedamos en silencio, los pájaros no cantaban y las pequeñas pisadas que nos habían acompañado durante todo el viaje habían cesado.

-¿Qué ocurre chico?-Pregunté como si fuera a obtener respuesta.

La cola de mi amigo se puso tensa, algo a nuestra derecha llamaba su atención. Me agaché a su lado, cubriéndome con la maleza, alerta mientras la empuñadura del cuchillo se me clavaba en la mano casi sin darme cuenta.

Escuché pisadas y entonces lo vi, era Ramírez y junto a él un grupo de unos veinte infectados. Caminaban juntos buscando algo.

-Separaros en grupos de dos, quiero que rastreemos la zona lo antes posible. Si queda alguien con vida lo encontraremos.

Varios infectados obedecieron la orden de Ramírez al instante, otros simplemente continuaron caminando sin rumbo aparente, estos debían ser los infectados que no habían completado aun su transformación, los más parecidos a los zombis de las películas, seres salvajes con un único pensamiento en sus pérdidas cabezas, comer y yo era su plato favorito.

Pokito olfateó y comenzó a caminar sigilosamente entre los árboles, conduciéndome a una zona más rocosa. Allí perecíamos estar protegidos de ellos y nuestros pasos se aceleraron aunque siempre teniendo cuidado de no hacer ruido.

Pronto topamos con los restos calcinados del incidente. Su aspecto ahora era aún más desolador si podía que antes. El fuego se había apagado y la zona era de tal oscuridad que parecíamos estar en un tremendo agujero negro, devorando a todo el que se le ocurriese acercarse.

Acerqué de nuevo la culata de mi arma al hocico de mi leal amigo y este reanudó su búsqueda. Nos adentramos entre los amasijos de hierros chamuscados pisando lo que parecían ser plásticos quemados y teclados numéricos. Sin quererlo di una patada a un brazo que aun sujetaba un arma. Me agaché y la arranqué de su mano pútrida, comprobé que ya no funcionaba y la dejé de nuevo en el suelo.

Pokito aceleró su paso, había encontrado el rastro del capitán, no había duda, así que yo también corrí tras él. Me condujo a una zona llena de cuerpos, alguien los había apilado en una montaña. ¿Habrían sido los infectados tras comprobar uno a uno que todos estaban muertos? ¿Estaría el cuerpo sin vida del capitán entre ellos?

Comencé a moverlos uno a uno, esperando encontrar el rostro de Bradley entre uno de ellos pero un ruido me lo impidió, varios infectados atraídos por mi olor caminaban hacia mí. Hice una señal con la mano a Pokito y nos metimos en el hueco que había abierto en la montaña de cuerpos, desde dentro empujé un cuerpo al que le faltaba la cabeza y tapé el agujero.

Ocultos entre cuerpos mutilados, con rostros sangrientos y ojos fueras de sus orbitas mirándonos de cerca quedamos en silencio, esperando no ser vistos por los infectados. Sus pasos cada vez se hacían más fuertes, más cercanos, hasta que sus respiraciones y jadeos casi parecieron susurrarnos al oído y no pude evitar taparme la boca con la mano, como si intentara evitar que se me escapara un grito.

Los pasos se alejaron y todo volvió a quedar en calma. Empujé de nuevo el cuerpo del hombre decapitado y asomé la cabeza. Mis ojos verdes trataron de distinguir algo en la oscuridad de la noche acostumbrándose a la negrura de las cenizas y el cielo, pero no terminé el reconocimiento, algo goteó en mi hombro. Era caliente y pegajoso y por el olor tan desagradable supe de quien procedía. Me giré bruscamente y alguien se abalanzó sobre mí. Un infectado con el rostro lleno de sangre trataba de morderme mientras yo le sujetaba con ambas manos. Era fuerte, grande y pegajoso. Me tiró al suelo así que doblé las piernas y traté de golpearle con ellas pero fue en vano. Deslicé mi mano derecha hasta su garganta y apreté con fuerza, no para matarlo porque sabía que no era lo suficiente fuerte pero si para sujetarle mientras buscaba con la izquierda el cuchillo. Palpé la pernera pero entonces me acordé que lo había guardado en el lado derecho. Me retorcí para alcanzarlo y con el esfuerzo el infectado se me acerco hasta casi rozar mi oreja. En un último y desesperado esfuerzo, le empujé con la derecha mientras sacaba el cuchillo de uno de los bolsillos del pantalón. El infectado se me abalanzó y al evitar su mordisco perdí el cuchillo que tanto esfuerzo me había costado conseguir, deslizándose y perdiéndose para siempre entre los cuerpos.

Los brazos me temblaban, ya no me quedaban fuerzas, iba a morir. Pokito ladraba nervioso, no podía hacer nada para salvarme, le había dado la orden de no atacar, sabía que un mordisco le infectaría y él era mi única familia.

-¡Corre Pokito! ¡Sálvate!- Pero a esa orden no hizo caso, él nunca me abandonaría y continuó ladrando.

Ya apenas podía sujetar al infectado y sus babas calientes goteaban por mi rostro. Mis manos sudorosas se resbalaron de su cuello y el infectado se desplomó sobre mí.

No sentí sus dientes clavarse en mi piel, ni derramarse mi sangre. Simplemente sentí el peso del monstruo, quieto, inmóvil, sin vida. ¿Cómo podía ser posible? ¿Cómo había muerto? Quizás me había salvado Pokito, pero ¿Cómo? Y entonces le oí.

-¿Vas a seguir mucho tiempo ahí quieta o es que le has cogido cariño a ese infectado?

 Era el Capitán Bradley.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Día 28




Mis brazos entrelazados y temblorosos me protegían el rostro del intenso calor del fuego mientras mis ojos buscaban frenéticamente una pequeña señal de que el Capitán Bradley seguía con vida.

¡Capitán Bradley!-Grité acercándome un poco más.

El fuego lo devoraba todo y el humo asfixiaba cualquier posibilidad de vida.

¡Capitán Bradley!-El dolor y la desesperación por encontrar al capitán me hizo aproximarme tanto a las enormes llamaradas que casi pude sentir como las cenizas calientes acariciaban mi piel. 
   
El espectáculo era dantesco, varios cuerpos calcinados y despedazados por el efecto de la explosión espolvoreaban el amasijo de hierro que momentos antes habían sido dos magnificas naves espaciales, sin ninguna duda los infectados ya no eran un peligro para nosotros, habían muerto todos y con ellos quizás nuestro Capitán Bradley. 

-Debemos irnos y ocultarnos antes de que más infectados lleguen alertados por la explosión y el fuego.-Dijo un hombre moreno.

-¡No! Antes buscaremos al Capitán, aun puede estar vivo.-Respondí.

-¿Vivo? Después de esta explosión, es imposible.-Comentó un hombre bajito y con bigote.

-No tenemos tiempo para búsquedas inútiles.-Sentenció el primer hombre-.  ¿Quieres que la muerte del capitán sea en vano?

-No es una búsqueda inútil, ni siquiera sabemos si está muerto, ¡yo digo que le busquemos!- Grité furiosa.

-¿Qué tal si votamos y hacemos lo que la mayoría diga?-Propuso un tercer hombre con el pelo pelirrojo.

Las votaciones fueron tal y como me las imaginé, dos votos para buscar al Capitán contra cuatro de marcharnos, la inestimable ayuda de Dany en esta ocasión no había sido suficiente.

Caminamos hasta toparnos con una cueva de pequeñas proporciones pero suficiente para pasar la noche. Era húmeda y mohosa con estalactitas goteando agua con carbonato cálcico por doquier. A pesar del frio y el agua tomamos la decisión de no hacer fuego, estábamos demasiado cerca y no queríamos llamar la atención de infectados curiosos. A la mañana siguiente pondríamos rumbo hacia la única nave que sabíamos con seguridad que aun seguiría en pie y funcionando, la nave en la que Dany y yo llegamos y que los americanos y el compatriota ruso de Oleg había catalogado como la “nave Europea”.

Cuando todos por fin dormían, salí fuera de la cueva a respirar el aire fresco. La temperatura resultó ser cálida, lo cual era agradable para alguien que llevaba horas escondida en un charco de rocas. Respiré profundamente y un olor ha quemado que ocultaba el puro aroma de la noche entró por mi nariz, aquello no me importó y respiré otra vez. Con cada bocanada de aire mi cuerpo se tranquilizaba y mi mente se despejaba, así que seguí respirando hasta estar totalmente segura y relajada.

Según mis cálculos apenas quedaban tres horas para amanecer y por tanto tres horas para que el grupo se marchara de allí. Me agaché y acaricié el pelaje mojado de mi leal amigo.

-¿Te acuerdas cuando salíamos en la oscuridad de la noche a buscar agua y comida? –Le susurré a mi perro-. Parece que ha pasado tanto tiempo desde aquello.- Dije mirando el cielo-. Éramos sólo tú y yo, y solos debemos hacer esto. Se nos daba bien lo de buscar y escondernos, esto será lo mismo aunque mucho más peligroso y más lejos de casa.

El perro se puso en pie, como si hubiera entendido mis palabras, preparado para acompañarme a donde hiciera falta.

-Así me gusta, chico.- Dije sonriendo-. Siempre listo para la aventura.

Pokito ladró.

-Tenemos menos de tres horas para encontrar al Capitán Bradley, si en menos de tres horas no hemos vuelto el grupo se irá sin nosotros y nos quedaremos solos.-Saqué del bolsillo derecho un arma de pequeño calibre que el mismísimo Capitán me había entregado horas antes y con la que había protegido a Pokito de un infectado dejando escapar a Oleg con la tarjeta electrónica-. No es gran cosa pero puede que aun tenga su olor.-Dije acercándole la empuñadora al hocico.

El perro la olisqueó y levantó su cola color caramelo.

Miré el cielo una última vez y respirando profundamente grité-. ¡Pokito busca al capitán Bradley!

viernes, 2 de noviembre de 2012

Día 27





En mi mente se dibujaba una y otra vez el terrible momento en el que yo dejaba ir a Oleg y como la nave, nuestra última esperanza, partía con un rumbo desconocido pero con un destino mucho mejor que este. Un eco de miedo, de desesperanza se transmitía por todo mi cuerpo, un terrible y doloroso martilleo se ensañaba con mi perdida cabeza y una lágrima, solo una lagrima, se escapaba por mi rostro, dibujando, en su incansable destino de caer y romperse contra el duro y seco suelo, la pena de mi alma.
    
-¡María! ¡María!- Una voz grave me llamaba mientras yo acariciaba de forma compulsiva y nerviosa  el pelaje dorado de Pokito.

-¡María!- La voz se acercaba.

-¡María!- La mano del capitán Bradley me agarró la espalda.

-¿Qué ha pasado?-Me preguntó.

-Se han ido, hemos perdido la nave, vamos a morir.-Respondí mientras mis ojos verdes miraban la nada, perdidos en un mundo entre la locura y el pánico.

-¿Y las otras? ¿Podemos usar las otras naves?

-No. Las puertas no se pueden abrir. Vamos a morir aquí.-Respondí.

-¡No vamos a morir aquí!-Gritó Bradley enfurecido-. ¡Soy el capitán y os voy a sacar de aquí a todos, aunque sea lo último que haga!-La intensidad de sus palabras hizo que mirara sus ojos grandes y oscuros, unos ojos que a pesar de la fragilidad e incertidumbre del momento, aportaban seguridad y confianza.-Pero necesito que despiertes, que reacciones y me ayudes-. Concluyó muy serio.

Yo asentí.

-¡Quiero a todos detrás de las naves, a diez metros de distancia de estas! –Ordenó Bradley-. Yo os cubriré.

-Pero capitán son muchos… -Dijo un hombre de pelo castaño.

-¡Es una orden!-Gritó muy serio Bradley.

-Si, señor.-Respondieron todos al unísono.

Mientras los pocos que quedábamos con vida, tres hombres armados, el compatriota Ruso abandonado por Oleg, Dany, Pokito y yo, nos colocábamos detrás de las dos naves como nos había indicado Bradley, este corría enloquecido, disparando a diestro y siniestro con una pasmosa puntería. La visión era tan increíble que parecía estar ante una fantástica película de acción.

Al llegar al otro lado de las naves perdimos la visión de lo que sucedía, solo un continuo repiqueteo de balas nos indicaba que nuestro valiente y temeroso capitán aun seguía con vida. La espera se nos hizo eterna, los segundos parecían minutos y los minutos horas. Además esperar y no saber a que, era la peor de las torturas, aunque lo más probable es que estuviéramos esperando a que Bradley muriera en un intento loco de alguna rara maniobra. Los seis sujetábamos con fuerza nuestras armas, rechinando los dientes, nerviosos con las frentes sudorosas y los ojos llenos de alerta y temor. Pero para asombro de todos, volvimos a ver al capitán Bradley. Sus piernas corrían a gran velocidad, serpenteando su trayectoria. Tras pararse un instante en la última de las naves e introducir algo en una compuerta posterior, su frenética carrera continuó. Bradley nos chilló algo inaudible desde la lejanía. Varios nos miramos confundidos, esperando que alguno hubiera entendido algo y supiera que hacer, pero no fue el caso. El capitán seguía su incansable carrera hacia nosotros, chillando y agitando los brazos. Y por fin le entendimos.

-¡Al suelo!

Una terrible onda explosiva nos golpeo con fuerza, desplazándonos varios metros. A pesar de haber estado a una distancia de seguridad grande, sentíamos el ardiente calor en nuestros rostros y las cenizas caer al suelo. La explosión llenó todo de fuego y humo pero de los infectados ni rastro, de momento nos habíamos salvado. El capitán lo había logrado, pero ¿Dónde estaba el capitán? Quizás la explosión también se lo había llevado a él, quizás Bradley había …

¡Capitán Bradley!-Chillé, pero no hubo respuesta.     

viernes, 19 de octubre de 2012

Día 26



El sol o astro brillante equivalente al de nuestra tierra “La Tierra” se reflejaba en las gotas de sudor que recorrían nuestras frentes, emborronando las negras manchas de unos rostros serios y contenidos. Las hojas secas de un cercano otoño, crujían con la intensa presión de unas botas que huían frenéticamente de un cruel enemigo. Los brazos cansados y sin fuerzas se agitaban acompasadamente con cada paso, tratando de sostener pesadas arma. Y un pequeño llavero brillaba en la oscuridad del interior de un bolsillo, mi bolsillo, digitalizando cada segundo, cada minuto perdido. El tiempo se nos acababa.

Los infectados nos perseguían aunque a varios minutos de distancia, dándonos un pequeño margen, suficiente para conseguir nuestro objetivo. A pesar de lo loco e improvisado que resultaba ser nuestro plan, parecía estar funcionando, el enemigo no nos había alcanzado aun y ya podíamos distinguir a pocos metros de distancia tres enormes puntas metálicas que anunciaban la posición exacta de las naves rusas.

Ante tremenda revelación materializada en forma cónica, con complejas aleaciones y piezas de carbono, recubrimientos protectores de mullita en lugares estratégicos y estructuras irregulares de losetas de protección térmica a modo de modernos y sofisticados dibujos abstractos, una pequeña sonrisa se dibujo en nuestros rostros. Nuestros pasos ya acelerados por el inminente peligro que nos seguía de cerca, se aceleraron aun más, casi nos sentíamos libres. Al llegar a la primera nave, el capitán Bradley ordenó a varios hombres con conocimientos tácticos una nueva formación que protegía tanto el flanco izquierdo como el derecho de un posible ataque. Un pequeño grupo formado por Oleg, tres compatriotas de Oleg, Jared, mi amigo Dany y yo misma, éramos los encargados de abrir y preparar la nave. Oleg seguido muy de cerca por su nuevo esbirro Jared se colocó frente al panel de mandos de la puerta para efectuar su apertura. Abrió la portezuela protectora del panel y pulsó el botón de apertura  “open/открыть pero la puerta no se movió. Una gota de sudor surcó su frente, se la limpió y volvió a pulsar el botón, una, dos y tres veces pero no pasó nada.

-¿Qué ocurre? –Preguntó Jared.

-El mecanismo de apertura está fallando, uno de los ejes no gira, se ha oxidado el mecanismo.- Dijo agachado mientras examinaba la puerta desde abajo-. Es muy sencillo solucionar el problema, no es más que una pequeña consecuencia de la carencia de mantenimiento.

-Pues no creo que tengamos tiempo ni herramientas para arreglarlo por sencillo que sea solucionarlo.-Dijo Dany mientras echaba un vistazo al camino por el que ya se escuchaban ruidos de pasos cercanos.

-Probemos con otra.-Nos Indicó Oleg, provocando que nos desplazáramos hasta la segunda nave y que nos alejáramos del capitán y sus hombres.

Oleg tras colocarse frente al panel de mandos, levantar de nuevo la portezuela protectora y mirar a los ojos a dos de sus hombres  volvió a pulsar el botón. La segunda puerta tampoco se abrió.

-¿Qué mierdas de naves son estas? -Gritó Jared acentuando su acento norteamericano.

-¡Estas naves no son ninguna mierda!-Respondió Oleg muy ofendido.-Nuestras naves son y siempre serán las mejores.

-¡Ja! Si estuviéramos ante una robusta y fiable nave norteamericana, la puerta se abriría.

-Nosotros los rusos fuimos los primeros en poner en marcha la misión de abandonar la tierra y los primeros en llegar con estas naves a este planeta, estas puertas llevan sin abrirse dos largos años.

-¿Lleváis dos años aquí?-Pregunté sorprendida. Por lo visto el patético plan de huir de la tierra había comenzado mucho antes de lo que había imaginado, puede que incluso antes de la caída del Euro.

-Eso dice él.-Exclamó Jared.

-¿Que pasa con las naves? –Preguntó Bradley desde la lejanía.

-¡Tenemos un pequeño contratiempo!- Respondí.

-Pues sea lo que sea, ¡solucionarlo ya! Se nos echan encima.

Miramos aterrorizados el horizonte, un grupo de infectados emergía entre los árboles, disparando. Estábamos perdidos.

Corrimos hacia la tercera y ultima nave, mientras el capitán trataba de contener a los infectados con complejas tácticas de defensa. En esta ocasión fue Jared el encargado de pulsar el botón de apertura pero no tuvo mejor suerte que Oleg.

Los infectados habían logrado traspasar la barrera de defensa del capitán al asesinar a dos hombres que protegían el flanco derecho y corrían hacia nosotros para impedir que escapáramos en una de las naves. 

-¡Mierda! ¡Vamos a morir por culpa de estas malditas puertas! –Gritó Jared mientras pataleaba la puerta convulsivamente.- ¡Mierda!-Volvió a gritar pegando un tremendo puñetazo al panel de mandos.

Para asombro de todos, la puerta se abrió.

Jared y dos de los tres hombres de Oleg entraron apresuradamente en la nave. El tercero trató de unirse a ellos pero un violento Oleg le agarró por el pecho y le empujó hacia fuera del habitáculo. El hombre a pesar de ser de los suyos quedó tendido en el suelo horrorizado.

Ante aquella estampa, me aproximé a la nave y saqué mi arma del bolsillo para tratar de evitar lo evidente. Oleg entró en la nave y agarró la puerta con fuerza para cerrarla y seguramente después bloquearla, pero en el mismo instante que sus muñecas ejercían el movimiento rotatorio de cerrar la puerta yo le coloqué mi arma en la cabeza.

-¡Ni se te ocurra! Esta vez no voy a dejar que te salgas con la tuya. Si intentas cerrar la puerta te mató.

Los ladridos de un Pokito nervioso se escuchaban detrás de mí.

-No vas a matarme.

-Claro que si.

-Creo que no, porque mientras mantengas la pistola apoyada en mi frente, no podrás evitar que ese infectado de ahí mate a tu perro o que tu perro le muerda, que para el caso es lo mismo porque una vez se infecte tu chucho, tendrás que matarlo.

Sin quitar el arma de la frente de Oleg, giré la cabeza hacia los ladridos de Pokito. Un infectado desarmado pero con mucha hambre se aproximaba hacia nosotros y mi leal y pequeño amigo trataba de ahuyentarlo con sus agudos ladridos.

-¡Pokito, no muerdas!-Le ordené.

-Bonito truco, ¿pero por cuanto tiempo durará?

Era cierto, la orden evitaría que Pokito mordiera al infectado pero no que este le mordiera a él. Que podía hacer, ¿dejarle  morir y salvarnos todos o salvarle y dejar ir aquella nave? . La solución parecía obvia y fácil pero no podía traicionarle, a él no, mi amigo fiel, mi familia. Por mi mente pasaron atropelladamente montones de imágenes y de momentos, momentos buenos como aquellos que pasamos juntos en la Tierra felices, rodeados de familiares y amigos cuando aun estos vivían y momentos malos como cuando en la oscuridad de la noche escapábamos de las oleadas o su leal e infatigable valor me salvaba de la muerte o de algo peor.

Miré por última vez a Pokito, el infectado se abalanzaba sobre él. Una lágrima de dolor recorrió mi mejilla, mi decisión era la incorrecta, lo sabía, pero era mi decisión y disparé.



La puerta se cerró. Me alejé y abrazada a poquito, vi como la única posibilidad de salir con vida de aquel planeta despegaba.         
         

miércoles, 3 de octubre de 2012

Día 25




Su rostro salpicado de sangre se iluminaba con la tenue luz de la sala. Su respiración entrecortada hacia temblar su cuerpo con cada nueva bocanada. Sus heridas sucias y rojizas junto con su aspecto desaliñado y una mirada entre la locura y el pánico le otorgaban un  aspecto demacrado y débil, opuesto al de un hombre firme y seguro de si mismo que horas antes había encerrado a un puñado de hombres a la más terrible de sus surtes. Ahora ante esos mismos hombres suplicaba ayuda y perdón, un perdón que no valía nada.

-¿Ayuda? Como te atreves a pedirnos ayuda después de lo que has hecho.-Exclamó Bradley.

-Cometí un error, un terrible error, nunca debí encerraros aquí. Ahora lo se. Perdonadme. Sois los únicos que podéis salvarnos de los infectados, sois mi única esperanza.-Lloriqueó Oleg-. María, llevabas razón, tu sabías que nos atacarían, tu lo sabías y yo no te escuche. Por favor dile a los tuyos que nos ayuden.

-No.-Respondí secamente-. Rompiste nuestro trato y me robaste la tarjeta electrónica. No te ayudaremos.

-Pero,  ¿por qué? Todo puede ser como antes, se como poner en marcha las naves y tengo aquí mismo la tarjeta. ¡Mírala, mírala!-Dijo sacando la tarjeta electrónica de su bolsillo derecho y poniéndola justo enfrente de mi cara.

-Aunque quisiéramos ayudar no tenemos armas.-Dijo el capitán.

-Eso no es problema, se donde hay armas, muchas armas. Jared ha ido a mi despacho a por las llaves del cuarto de emergencias, en cuanto regrese os conduciremos a él.

-¿Cuantos son los infectados?-Preguntó alguien del grupo.

-Nos atacaron unos veinte hombres armados, tras romper el alambrado de seguridad y entrar en el campamento les siguieron unos cincuenta infectados más, estos no llevan armas pero son más feroces, salvajes.-Oleg titubeó-. Son como zombis, su mejor arma es la fuerza bruta y van matando y devorando a cualquiera que no esté infectado.

-Unos setenta hombres y solo veinte armados. Puede que podamos hacer algo.-Respondió el capitán.

-Bueno, esos son los que entraron…

-¿No entiendo? –Dijo el capitán confuso.

-Mientras los zombis atacaban el campamento los hombres armados se dedicaron a liberar a nuestros infectados.

-¿A todos? Pregunté muy seria, dirigiendo una mirada de complicidad al capitán.

-Si a todos, incluido vuestro amigo Ramírez.

Un silencio incomodo se apoderó de la sala.

 -Esta bien, lucharemos. Pero no te estamos ayudando a ti, nos estamos ayudando a nosotros mismos.- Oleg asintió satisfecho.

En ese momento un Jared repleto de manchas y con la camisa desgarrada hizo acto de presencia por el umbral de la puerta.

-Tengo las llaves.

Llena de desprecio y decepción le miré a los ojos pero no le dije nada, mi orgullo me lo impidió.

-Os llevaremos a las armas.-Dijo Oleg apresuradamente pero cunado echó a andar yo se lo impedí agarrándole el brazo.

-¿Y después?

Me miró confundido.

-Cuándo tengamos las armas ¿Qué haremos? ¿Cuál es el plan?

-¿Matarlos?- Respondió Oleg

-Lleva razón María, son demasiados. No podremos con todos, solo podremos huir a algún sitio.-explicó Bradley.

-Tenemos que pensar en un plan. –Afirmé.

-Las naves. ¡Tenemos las naves para escapar! Solo hay que llegar a una de ellas y seremos libres.- Sonrió Oleg.

-¿Están muy lejos?

-Construimos el campamento alrededor de ellas, en la zona norte del mismo, cuando recojamos las armas solo hay que continuar andando hacia el bosque profundo, hacia la aldea libre.

-Yo la conozco.-Dije en voz alta-. Estuve cuando solo yo tenía permiso de libre acceso por el campamento. Está un poco lejos pero hay muchos árboles y casas en las que refugiarnos de los infectados. Puede que lo logremos.

El capitán asintió.-Preparémonos para salir.

-Un momento.-Interrumpí al grupo-. ¿Y el combustible? ¿La nave en la que nos marchemos necesitará combustible para el viaje?

-Las naves ya tienen combustible.

-¿Las preparasteis antes del ataque? -Pregunté sorprendida.

-No. Ya tenían combustible.

-No lo entiendo.-Dije mirando a mis compañeros que por sus caras tampoco parecían entender las palabras de Oleg.

-Todas las naves antes de salir de la Tierra se las abastecía con suficiente combustible para dos viajes, como solo hemos hecho uno tenemos para realizar otro.-Explicó Oleg.

-¿Dos viajes? ¿Por qué se prepararon todas las naves para dos viajes si el objetivo era huir de la tierra a otro nuevo planeta?

-Eso jamás me lo explicaron, solo los pilotos de mayor rango lo sabían.-Indicó Oleg mientras se limpiaba la frente llena de sudor-. Quizás el doble tanque de combustible fuera una medida de emergencia para ir a otro destino con ayuda de la tarjeta electrónica.

Tal vez Oleg llevará razón pero algo dentro de mi, mientras mis dedos inquietos acariciaban el llavero con la cuenta atrás en el interior de mi bolsillo, me decía que aquel no era el motivo. ¿Cuantos secretos se llevó a la tumba Michael Müller el piloto e ingeniero jefe de la nave A-3? 

viernes, 21 de septiembre de 2012

Día 24





Nos encontrábamos en el barracón sur, confinados en largas filas de literas, apretujadas unas con otras para ahorrar espacio. Mi grupo o más bien lo que quedaba de él, esperaba con gran nerviosismo lo evidente, nuestro inminente abandono en aquel planeta. Las puertas cerradas con candados impedían nuestra huida y que estropeáramos los planes de Oleg.

Después de que descubriéramos, gracias al poco interés mostrado del jaguar por Ramírez,  que los animales o humanos infectados tenían la capacidad de detectar cuando otro lo estaba o no lo estaba (seguramente el nervio fantasma era el causante de esta propiedad y quien sabe de cuantas más) y por consiguiente la manera de averiguar quien estaba infectado y quien no, pasaron todos los hombres, mujeres y niños de aquel campamento por las celdas que horas antes Dany y yo habíamos visitado. Resultó curioso que la mayor cantidad de infectados estuvieran entre las filas de Oleg y no entre las nuestras, después de todo sus magnificas medidas de seguridad no eran tan magnificas y casi la mitad de su campamento estaba infectado mientras que en el nuestro solo lo estaba Ramírez. Al final habernos mantenido encerrados en jaulas si había sido seguro, pero para nosotros.

Todos los infectados fueron encerrados en celdas a pesar de que yo aconsejara que lo más seguro era su eliminación, pero mi amistad con Oleg ya no era buena y mis consejos no surtían efecto. Mi posición privilegiada en el campamento por ser la dueña de la única tarjeta electrónica capaz de poner de nuevo en marcha las naves se había esfumado con la traición de Jared, al revelar a Oleg el escondite de esta.

A pesar de todo me sentía satisfecha, tanto Dany como yo de momento estábamos vivos y con los nuestros. Quizás Oleg aun tenía algo de humanidad y nos había perdonado la vida o tal vez nos dejaba vivir por si nos necesitaba de nuevo, quien sabe, lo mejor era no pensar en ello.

Éramos pocos no llegamos a diez. Oleg había tenido importantes bajas en su grupo, varios de sus mejores hombres habían resultado ser infiltrados y necesitaba a gente para suplir esos puestos. Se había llevado a los más cualificados, con mayores conocimientos técnicos y experiencia militar de los nuestros, prometiéndoles un futuro mejor fuera de este infectado planeta y siempre bajo su mando. Pero unos pocos hombres leales e incapaces de seguir a un hombre sin principios como Oleg, habían preferido permanecer en nuestro grupo aunque eso les supusiese la muerte. Entre ellos estaba el capitán Bradley.

Algo nos hizo levantarnos de nuestras literas, un ruido fuerte, atronador. Quedamos en silencio, tratando de averiguar que ocurría tras los finos muros de nuestro barracón. Otro ruido hizo vibrar las paredes y una especie de lluvia o granizo lo salpicó todo.

-Eso ha sido una bomba.-Exclamó el capitán.

Varios ruidos metálicos hacían chirriar el ambiente.

-¡Las rejas de seguridad!- Chilló alguien.

Un repiqueteo de balas nos alertó aun más, eran demasiadas balas para ser solo de los hombres de Oleg.

-¡Nos atacan los infectados, María llevaba razón!-Gritó un hombre flacucho que se movía de forma neurótica entre los pasillos de las literas.

Otra bomba. Esta la habíamos sentido más fuerte con mayor intensidad, había sido cerca, muy cerca de nuestros barracones.

El capitán Bradley comenzó a examinar el habitáculo escrutando cada tornillo, cada barra metálica que formaba la estructura de las literas hasta que arrojando las mantas al suelo de un tirón, gritó:

-¡Ayudarme! Estas patas están sueltas, creo que podemos arrancarlas con un poco de fuerza. En breves momentos nos atacaran y necesitamos armas. ¡Deprisa!

Varios hombres a base de patadas y fuerza bruta desvalijaron aquella litera junto con el capitán Bradley, para después repartirse los tubos metálicos y prepararse para la batalla.

Los ruidos se sucedían, unos eran lejanos  y otros casi detrás de nuestra puerta. Los nervios se apoderaron de nosotros. Yo no paraba de caminar, el capitán miraba frenéticamente cada pared, cada esquina del habitáculo esperando el inminente ataque o puede que el estallido de una bomba, Dany se abrazaba a Pokito, el cual no paraba de ladrar por los ruidos y otros simplemente chillaban o lloraban.

De pronto alguien rascaba tras la puerta. Un ruido de llaves nos alertó. El tintineo era poco preciso, confuso, hasta tal punto que el juego de llaves repiqueteó hasta llegar al suelo. Después de varios intentos ese alguien logró abrir el candado de nuestra puerta. Bradley en silencio hizo varios movimientos de brazo y los hombres se colocaron en formación triangular tras la puerta con Bradley a la cabeza. La puerta se abrió. Un hombre ensangrentado apareció tras ella. Bradley agitó con fuerza su arma pero en el último momento paró. Había reconocido al hombre, era Oleg.

-¿Oleg? Preguntó el capitán.

-Necesito vuestra ayuda.-Respondió este entrecortadamente.
   

viernes, 14 de septiembre de 2012

Día 23




No quería levantarme, no quería comenzar otro nuevo día, ya no tenía fuerzas. Un nudo molesto y doloroso se arremolinaba en mi estomago. Los brazos y las piernas pesaban demasiado al igual que la gran carga que soportaba sobre mis hombros. Apenas había dormido, mi cabeza daba vueltas una y otra vez, necesitaba pensar en algo, necesitaba que mis compañeros volvieran a confiar en mí pero aquello era imposible. La noche anterior había hablado con el capitán Bradley, con Jared, con cada uno de los miembros de mi grupo, con Oleg, con los compañeros de Oleg e incluso con Nikolay, un hombre flacucho, bajito de rostro enjuto que se dedicaba a la tan importante labor de fregar los suelos de los laboratorios, y nadie me había creído. Puede que algunos estuvieran de acuerdo conmigo en lo de que Ramírez no era trigo limpio pero en lo referente a que unos zombis desarmados y sin apenas recursos quisieran o pudieran atacar un recinto de alta seguridad con la única fuerza de sus uñas era otro tema.

Aun recordaba las sonoras carcajadas de Oleg ante mi descabellada idea de que su fabuloso campamento pudiera estar en peligro. Las miradas de incredulidad de los que un día fueron mis amigos. Estaba cansada de luchar pero tenía que levantarme, hoy Dany me necesitaba más que nunca. Hoy le interrogaban.

El interrogatorio se produciría en las celdas exteriores de la parte norte del campamento. Unas instalaciones muy complejas con una serie de mecanismos que permitían la comunicación entre celdas e incluso transformar varias en una sola de mayores dimensiones. Me recordaban a esas jaulas para cría de pequeñas aves con una bandeja central que impedía por un tiempo el contacto físico pero no visual entre macho y hembra para después retirando la bandeja, juntarles provocando el efecto deseado, la cría. Pero algo me decía que no era ese el objetivo de aquellas inmensas celdas.

Varios hombres, entre ellos Oleg, el capitán y Jared observaban con detenimiento uno de los habitáculos cerrados. Un enorme Jaguar amarillo pálido de fuertes patas caminaba inquieto en su jaula. Sus ojos intensos como el oro inspeccionaban cada barrote, cada rendija que le separaban de su deseada libertad. Su rostro era duro, fiero, temible pero más lo era la sangre seca que manchaba su brillante pelaje indicando que aquel magnifico animal estaba infectado.

Tres hombres custodiaban a un tembloroso Dany maniatado de pies y manos. Oleg hizo una pequeña señal con la mano y los soldados le introdujeron a empujones en la celda contigua al feroz animal, habiéndole antes librado de sus ligaduras. El animal no tardó ni un segundo en intentar derribar los gruesos barrotes que le separaban de su presa mientras Dany gritando se apretujaba contra los de la pared más opuesta.

-¿Qué es esto? –Pregunté ofendida a Oleg-. Me garantizó que al no haber pruebas rotundas sobre si estaba enfermo o no, le trataría de una forma especial.

-¿Y no te parece esto especial?-Me respondió sonriente.

-Ese animal es muy peligroso, es imposible de controlar debido a su naturaleza salvaje y además si no me equivoco esta infectado lo cual le hace aun más inestable.

-María no se te escapa una.-Me volvió a sonreír-. Es un animal infectado, como casi todos los animales de este planeta, pero tranquila Dany estará seguro siempre y cuando yo no de la orden de retirar el muro que les separa. Y para que eso no ocurra solo tiene que confesar.

-¿Confesar?-Gritó Dany-. No sé que tengo que confesar.

-Que estas infectado.-Respondió Oleg.

-Pero no lo se.

-¿No lo sabes o no lo quieres confesar?

-N, no, noo-.Titubeo-. Quiero decir si, si quiero confesar, pero no creo estar enfermo.

-¿No lo crees?

-¡Si,  no lo creo!-Gritó nervioso-. No tengo ningunas ganas de comerme a nadie, lo juro.

Oleg hizo un gesto y uno de los hombres que había custodiado a Dany comenzó a girar las ruedas que accionaban el mecanismo de apertura entre las celdas.

-¡!!Nooo!!! No quiero morir.

-Confiesa.-Dijo Oleg.

-Me comerá. Ayúdame María.

-Lo siento Dany pero esta vez no puedo hacer nada.

-Si que puedes, siempre has podido y yo sigo confiando en ti.-Me respondió llorando.

Oleg me miró muy serio y yo a él. Sus ojos se apretaron y su rostro se oscureció. Lo sabía, ya me conocía bastante y sabía de lo que era capaz, pero fui más rápida y antes de que pudiera dar alguna orden a sus hombres yo ya había echado a correr con una piedra en la mano. Solo tuve que golpear en la cabeza al soldado que custodiaba la puerta y entrar por ella para asombro de todos.

-Si matas a mi amigo también me mataras a mí y nunca sabrás el paradero de la tarjeta electrónica.

-¿Te refieres a esta?- Respondió Oleg enseñándome la tarjeta electrónica.

-¿Cómo puede ser posible?

-Jared fue muy amable revelándome el secreto y yo a cambio también seré muy amable con él.-Oleg se acercó a la celda-. Así que si quieres morir no seré yo quien te lo impida.

-¡Traidor!-Y le escupí en la cara.

-Traigan al otro.-Ordenó Oleg mientras se limpiaba el rostro.

Varios hombres trajeron a Ramírez y tras quitarle las ligaduras de sus manos le encerraron en una celda opuesta a la nuestra y contigua al animalito. Éramos un sándwich, nosotros el pan y la fiera lo de dentro.

-Si también quieres morir con tu amigo te facilitaré la entrada.-Dijo Oleg a un furioso capitán Bradley.

Pero cuando creí que aquel terrible día por fin llegaba a su fin, algo inesperado lo cambio. Es sorprendente como todo puede cambiar en cuestión de segundos, como el destino, la suerte o quizás  Dios nos ayuda en el momento más inesperado. Si aquella mañana no me hubiera levantado y me hubiera rendido, jamás podría haber visto con mis propios ojos la mirada inquieta de Ramírez mientras agachado en su pequeña celda trataba de pasar inadvertido el hecho de que el hambriento animal infectado, no tuviera ningún interés en él  a pesar de encontrarse más próximo a él que nosotros.



-¡Ramírez!- Grité para el asombro de todos-. ¿Por qué el Jaguar no quiere comerte?