viernes, 19 de octubre de 2012

Día 26



El sol o astro brillante equivalente al de nuestra tierra “La Tierra” se reflejaba en las gotas de sudor que recorrían nuestras frentes, emborronando las negras manchas de unos rostros serios y contenidos. Las hojas secas de un cercano otoño, crujían con la intensa presión de unas botas que huían frenéticamente de un cruel enemigo. Los brazos cansados y sin fuerzas se agitaban acompasadamente con cada paso, tratando de sostener pesadas arma. Y un pequeño llavero brillaba en la oscuridad del interior de un bolsillo, mi bolsillo, digitalizando cada segundo, cada minuto perdido. El tiempo se nos acababa.

Los infectados nos perseguían aunque a varios minutos de distancia, dándonos un pequeño margen, suficiente para conseguir nuestro objetivo. A pesar de lo loco e improvisado que resultaba ser nuestro plan, parecía estar funcionando, el enemigo no nos había alcanzado aun y ya podíamos distinguir a pocos metros de distancia tres enormes puntas metálicas que anunciaban la posición exacta de las naves rusas.

Ante tremenda revelación materializada en forma cónica, con complejas aleaciones y piezas de carbono, recubrimientos protectores de mullita en lugares estratégicos y estructuras irregulares de losetas de protección térmica a modo de modernos y sofisticados dibujos abstractos, una pequeña sonrisa se dibujo en nuestros rostros. Nuestros pasos ya acelerados por el inminente peligro que nos seguía de cerca, se aceleraron aun más, casi nos sentíamos libres. Al llegar a la primera nave, el capitán Bradley ordenó a varios hombres con conocimientos tácticos una nueva formación que protegía tanto el flanco izquierdo como el derecho de un posible ataque. Un pequeño grupo formado por Oleg, tres compatriotas de Oleg, Jared, mi amigo Dany y yo misma, éramos los encargados de abrir y preparar la nave. Oleg seguido muy de cerca por su nuevo esbirro Jared se colocó frente al panel de mandos de la puerta para efectuar su apertura. Abrió la portezuela protectora del panel y pulsó el botón de apertura  “open/открыть pero la puerta no se movió. Una gota de sudor surcó su frente, se la limpió y volvió a pulsar el botón, una, dos y tres veces pero no pasó nada.

-¿Qué ocurre? –Preguntó Jared.

-El mecanismo de apertura está fallando, uno de los ejes no gira, se ha oxidado el mecanismo.- Dijo agachado mientras examinaba la puerta desde abajo-. Es muy sencillo solucionar el problema, no es más que una pequeña consecuencia de la carencia de mantenimiento.

-Pues no creo que tengamos tiempo ni herramientas para arreglarlo por sencillo que sea solucionarlo.-Dijo Dany mientras echaba un vistazo al camino por el que ya se escuchaban ruidos de pasos cercanos.

-Probemos con otra.-Nos Indicó Oleg, provocando que nos desplazáramos hasta la segunda nave y que nos alejáramos del capitán y sus hombres.

Oleg tras colocarse frente al panel de mandos, levantar de nuevo la portezuela protectora y mirar a los ojos a dos de sus hombres  volvió a pulsar el botón. La segunda puerta tampoco se abrió.

-¿Qué mierdas de naves son estas? -Gritó Jared acentuando su acento norteamericano.

-¡Estas naves no son ninguna mierda!-Respondió Oleg muy ofendido.-Nuestras naves son y siempre serán las mejores.

-¡Ja! Si estuviéramos ante una robusta y fiable nave norteamericana, la puerta se abriría.

-Nosotros los rusos fuimos los primeros en poner en marcha la misión de abandonar la tierra y los primeros en llegar con estas naves a este planeta, estas puertas llevan sin abrirse dos largos años.

-¿Lleváis dos años aquí?-Pregunté sorprendida. Por lo visto el patético plan de huir de la tierra había comenzado mucho antes de lo que había imaginado, puede que incluso antes de la caída del Euro.

-Eso dice él.-Exclamó Jared.

-¿Que pasa con las naves? –Preguntó Bradley desde la lejanía.

-¡Tenemos un pequeño contratiempo!- Respondí.

-Pues sea lo que sea, ¡solucionarlo ya! Se nos echan encima.

Miramos aterrorizados el horizonte, un grupo de infectados emergía entre los árboles, disparando. Estábamos perdidos.

Corrimos hacia la tercera y ultima nave, mientras el capitán trataba de contener a los infectados con complejas tácticas de defensa. En esta ocasión fue Jared el encargado de pulsar el botón de apertura pero no tuvo mejor suerte que Oleg.

Los infectados habían logrado traspasar la barrera de defensa del capitán al asesinar a dos hombres que protegían el flanco derecho y corrían hacia nosotros para impedir que escapáramos en una de las naves. 

-¡Mierda! ¡Vamos a morir por culpa de estas malditas puertas! –Gritó Jared mientras pataleaba la puerta convulsivamente.- ¡Mierda!-Volvió a gritar pegando un tremendo puñetazo al panel de mandos.

Para asombro de todos, la puerta se abrió.

Jared y dos de los tres hombres de Oleg entraron apresuradamente en la nave. El tercero trató de unirse a ellos pero un violento Oleg le agarró por el pecho y le empujó hacia fuera del habitáculo. El hombre a pesar de ser de los suyos quedó tendido en el suelo horrorizado.

Ante aquella estampa, me aproximé a la nave y saqué mi arma del bolsillo para tratar de evitar lo evidente. Oleg entró en la nave y agarró la puerta con fuerza para cerrarla y seguramente después bloquearla, pero en el mismo instante que sus muñecas ejercían el movimiento rotatorio de cerrar la puerta yo le coloqué mi arma en la cabeza.

-¡Ni se te ocurra! Esta vez no voy a dejar que te salgas con la tuya. Si intentas cerrar la puerta te mató.

Los ladridos de un Pokito nervioso se escuchaban detrás de mí.

-No vas a matarme.

-Claro que si.

-Creo que no, porque mientras mantengas la pistola apoyada en mi frente, no podrás evitar que ese infectado de ahí mate a tu perro o que tu perro le muerda, que para el caso es lo mismo porque una vez se infecte tu chucho, tendrás que matarlo.

Sin quitar el arma de la frente de Oleg, giré la cabeza hacia los ladridos de Pokito. Un infectado desarmado pero con mucha hambre se aproximaba hacia nosotros y mi leal y pequeño amigo trataba de ahuyentarlo con sus agudos ladridos.

-¡Pokito, no muerdas!-Le ordené.

-Bonito truco, ¿pero por cuanto tiempo durará?

Era cierto, la orden evitaría que Pokito mordiera al infectado pero no que este le mordiera a él. Que podía hacer, ¿dejarle  morir y salvarnos todos o salvarle y dejar ir aquella nave? . La solución parecía obvia y fácil pero no podía traicionarle, a él no, mi amigo fiel, mi familia. Por mi mente pasaron atropelladamente montones de imágenes y de momentos, momentos buenos como aquellos que pasamos juntos en la Tierra felices, rodeados de familiares y amigos cuando aun estos vivían y momentos malos como cuando en la oscuridad de la noche escapábamos de las oleadas o su leal e infatigable valor me salvaba de la muerte o de algo peor.

Miré por última vez a Pokito, el infectado se abalanzaba sobre él. Una lágrima de dolor recorrió mi mejilla, mi decisión era la incorrecta, lo sabía, pero era mi decisión y disparé.



La puerta se cerró. Me alejé y abrazada a poquito, vi como la única posibilidad de salir con vida de aquel planeta despegaba.         
         

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