Los grandes y redondos ojos marrones de Dany me miraban
fijamente tratando de asimilar aquella nueva averiguación.
-¿De verdad crees que eso es posible? –Se atrevió a
preguntar.
-Que nosotros sepamos los rusos fueron los primeros en
llegar y estas vías tienen pinta de estar aquí hace mucho más tiempo, yo diría
que varios años, incluso varias décadas.
-Creo que tiene sentido. Este planeta es prácticamente igual
a la Tierra, vegetación, animales, posiblemente también existan humanos.
-O existieron.- Le corregí a Dany mientras este me miraba
intrigado-. Recuerda que llevamos tiempo aquí y no nos hemos topado con vida
inteligente, sin olvidar la misteriosa infección que asola este planeta y que
posiblemente terminara con la vida inteligente con la que no nos hemos
encontrado.
-¿Crees que eso fue lo que les pasó?
-En el nuestro fue la crisis, quizás en este tropezaron con
un virus altamente peligroso a lo “Resident Evil” o “Soy leyenda”. Pero eso da
igual ahora, recuerda que una manada de zombis hambrientos nos persiguen.
-Cierto.-Respondió Dany levantándose de inmediato del suelo
y retomando la carrera a mi lado.
Varios disparos de cobertura mantuvieron a los infectados
lejos de nosotros y nos ayudaron a unirnos de nuevo al grupo.
-No podemos permitirnos más retrasos, no tenemos munición
suficiente y son demasiados.-Me dijo el capitán Bradley algo molesto por tener
que esperarnos y cubrirnos mientras nosotros charlábamos tranquilamente en el
suelo.
-Hemos descubierto algo importante.-Le dije algo ofendida, a
estas alturas de la aventura no me podía creer que pensara que Dany y yo
fuéramos a ser dos tontos que retrasan al grupo-. Hay unas vías de tren en
aquella dirección, lo más sensato sería seguirlas, quizás nos topemos con algo
mejor que una simple explanada para escondernos. ¿A no ser que creas que tu
plan de correr sin rumbo sea mejor?-Miré de soslayo al capitán con una media
sonrisa de autosuficiencia.
Bradley me miró muy serio a los ojos, suspiró y dio la orden
al resto del grupo de correr en dirección
suroeste.
Corrimos sin descanso tanto tiempo que empezamos a sentir
calambres y pequeños mareos por el sobre esfuerzo. La tremenda lluvia rojiza de
arcilla nos entorpecía la huida, hundiendo nuestros pies en varios centímetros
de barro, aunque también dificultaba el paso a los infectados, lo que convertía
la situación en una carrera a cámara lenta, como si de una película de serie b
se tratase. Nuestros disparos nos permitían mantener una distancia de seguridad
de algo más de un kilómetro que poco a poco se fue reduciendo a una distancia
asfixiante de varios metros.
Cuando creímos no tener más fuerzas para continuar corriendo,
la visión de una vieja vagoneta de tracción manual nos las devolvió. Nuestros
pies parecían estar propulsados por una energía sin límites, mientras gritábamos
y sonreíamos como una pandilla de locos. La vagoneta era antigua y no estaba en
muy buenas condiciones. El metal estaba oxidado y la pintura, que algún día fue
de un color amarillo claro, era de un sucio y descascarillado color mostaza.
Mientras unos disparábamos a los infectados tratando de
evitar que alcanzaran nuestro nuevo y a la vez antiguo medio de transporte, los
demás ejercían fuerza al básico mecanismo chirriante que desplazaba la vagoneta
por las vías ocultas en la arena. La tracción estaba casi rígida debido a
varias décadas de olvido y desuso por lo que a pesar de que mis compañeros de
grupo más fornidos aplicaban toda su fuerza bruta al dispositivo apenas nos movíamos
unos metros. Poco a poco la vagoneta fue mejorando su empuje, aumentando su
velocidad y con ella, nuestras posibilidades de huida. Las enormes ruedas metálicas
guidas por las vías se desplazaron escupiendo chispas amarillas por el suelo
mojado, produciendo un feroz estruendo hasta que por arte de magia callaron, moviéndose
a la rapidez deseada.
Alguien emitió un chillido de victoria, mientras otro daba
palmaditas en la espalda a los que habían logrado poner en movimiento la
vagoneta. Pero entre tanto alboroto solamente una persona se había percatado
que en aquella vagoneta ya no éramos siete personas y un perro, teníamos
compañía.
-¡Ramírez!-Gritó Bradley, alertando al resto del grupo.
Ramírez, el que había sido el mejor amigo de Bradley se
encontraba frente al capitán, con su sucio parche en el ojo, una sonrisa
torcida y una pistola en la mano.
-Amigo. Esto no tiene por qué ser así.-Exclamó Bradley, que
por primera vez parecía estar preocupado, nervioso y asustado.
El capitán tenía una debilidad y era Ramírez, jamás sería
capaz de matar a su mejor amigo, aunque este ya estuviera muerto. Ramírez
avanzó por la vagoneta apuntando a la cabeza del capitán y dispuesto, muy
dispuesto a disparar. Dio un paso más y acarició el gatillo de su arma, feliz y
victorioso. Sonó un disparo.
El estruendo de la detonación vibró por la estructura metálica
de nuestro vagón, mientras el cuerpo de Ramírez se desplomaba lentamente fuera
de él, cayendo al suelo. En silencio la vagoneta continúo su marcha por las vías,
alejándose más y más del mejor amigo del capitán, mientras Dany sujetaba entre
sus rodillas el arma aún caliente que había terminado con la vida de Ramírez al
escurrírsele de sus torpes y regordetas manos.