lunes, 8 de abril de 2013

Día 31




Estábamos en medio de la nada cuando empezaron a caer las primeras gotas de lluvia. El cielo estaba de un color gris oscuro y el viento agitaba las hojas y las partículas de arena y polvo, arremolinando nuestra angustia en forma de pequeños e incomodos obstáculos móviles.

Caminábamos deprisa por aquella explanada de rocas y pequeños arbustos de no más de un metro de altura, sabíamos que en aquel paraje seríamos blanco fácil ante un posible ataque de nuestros enemigos y la llegada de una tremenda tormenta nos impulsaba a desplazarnos aún más rápido.

-¿Alguien sabe dónde estamos?

Ante la pregunta de Dany todos nos giramos al unísono en espera de la respuesta del capitán, si alguien podía saberlo era él.

-Si seguimos caminando en esta dirección daremos con nuestra nave.-Respondió muy serio después de sentirse interrogado por nuestras miradas inquietas.

-¿Entonces no nos hemos perdido? ¿Yo juraría que nunca hemos ido por esta zona del planeta? –Volvió a preguntar  Dany.

-Es cierto que nunca habíamos explorado esta zona, pero recuerda que estás hablando con un capitán y un capitán nunca debe perderse.-Respondió molesto.

-Bradley a veces me da miedo.- Me susurró Dany al oído.

-¡Mierda!- Exclamó uno de los hombres.- Esta lluvia es un asco, parece barro.

En pocos minutos nos encontrábamos totalmente empapados de aquella lluvia rojiza de arcilla, calados hasta los huesos, con los rostros manchados de barro y goteando aquella dantesca arcilla roja. El suelo engullía nuestros pies como si de arenas movedizas se tratara, hundiéndose varios centímetros a cada pisada, dejando un rastro de surcos profundos a nuestro paso. Los relámpagos iluminaban el cielo y los ensordecedores truenos rompían nuestros tímpanos. El viento agitaba las nubes del cielo y enfriaba nuestros mojados cuerpos.

Alguien mascullaba ciertos improperios cuando un ladrido de Pokito nos inquietó a todos. Al girarnos pudimos comprobar que todas nuestras peores pesadillas se cumplían. Unos cien infectados en diferentes estados de la infección nos habían localizado y se aproximaban a nosotros.

-¡Corred! ¡Son demasiados para nosotros!-Gritó Bradley.

-¿Hacia dónde?- preguntamos mirando la descubierta explanada.

-¡Corred! No hay tiempo.- Volvió a gritar Bradley mientras desenfundaba su arma y disparaba a nuestros perseguidores.

-¡Corred!- Gritó alguien.

Nuestro pulso se aceleró con el esfuerzo, la lluvia y el suelo embarrado dificultaba nuestra angustiosa carrera. De pronto, Dany tropezó y se precipitó al suelo, hundiendo su rostro en el suelo mojado. Corrí para ayudarle, se había atascado con algo y vomitaba arcilla por la boca.

-¡Dany!- Grité nerviosa, nos habíamos quedado atrás del grupo-. ¡Corre Dany! -. Le dije mientras desencajaba su pie derecho de la vía metálica.

-Vamos María, ya estoy libre, corramos.- Me dijo al ver que permanecía en el suelo arañando en el barro.

-¡Un momento!- Le ordené-. Esto son unas vías de tren.

-¿De tren? Eso es imposible, a no ser que…

Le miré a los ojos, las gotas de arcilla surcaban su rostro. Terminé su frase-. A no ser que nosotros no seamos los únicos seres inteligentes de este planeta.
         

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