jueves, 27 de diciembre de 2012

Día 29



La noche empezaba a clarear, quedaban solo dos horas para el amanecer y aun no habíamos encontrado la zona caliente de la explosión. Las estrellas empezaban a desvanecerse en el horizonte y el calor de un nuevo día se iba abriendo paso en la oscuridad de la noche.

Un respirar profundo y ahogado brotaba por mi boca, un sudor frio recorría mi sucio rostro y unas piernas agotadas se movían sin descanso pisoteando las hojas secas y el barro. Giramos a la derecha y luego a la izquierda, llegando a una arboleda más profunda. Las pequeñas patas de Pokito corrían fuertes y a tal velocidad que apenas tenía tiempo de cortar las ramas con mi cuchillo y las hojas sacudían mi rostro arañando mis mejillas.

Pokito paró. Su posición se volvió tensa, con sus grandes ojos en alerta y su inquieto olfato rastreándolo todo desde la distancia. Nos quedamos en silencio, los pájaros no cantaban y las pequeñas pisadas que nos habían acompañado durante todo el viaje habían cesado.

-¿Qué ocurre chico?-Pregunté como si fuera a obtener respuesta.

La cola de mi amigo se puso tensa, algo a nuestra derecha llamaba su atención. Me agaché a su lado, cubriéndome con la maleza, alerta mientras la empuñadura del cuchillo se me clavaba en la mano casi sin darme cuenta.

Escuché pisadas y entonces lo vi, era Ramírez y junto a él un grupo de unos veinte infectados. Caminaban juntos buscando algo.

-Separaros en grupos de dos, quiero que rastreemos la zona lo antes posible. Si queda alguien con vida lo encontraremos.

Varios infectados obedecieron la orden de Ramírez al instante, otros simplemente continuaron caminando sin rumbo aparente, estos debían ser los infectados que no habían completado aun su transformación, los más parecidos a los zombis de las películas, seres salvajes con un único pensamiento en sus pérdidas cabezas, comer y yo era su plato favorito.

Pokito olfateó y comenzó a caminar sigilosamente entre los árboles, conduciéndome a una zona más rocosa. Allí perecíamos estar protegidos de ellos y nuestros pasos se aceleraron aunque siempre teniendo cuidado de no hacer ruido.

Pronto topamos con los restos calcinados del incidente. Su aspecto ahora era aún más desolador si podía que antes. El fuego se había apagado y la zona era de tal oscuridad que parecíamos estar en un tremendo agujero negro, devorando a todo el que se le ocurriese acercarse.

Acerqué de nuevo la culata de mi arma al hocico de mi leal amigo y este reanudó su búsqueda. Nos adentramos entre los amasijos de hierros chamuscados pisando lo que parecían ser plásticos quemados y teclados numéricos. Sin quererlo di una patada a un brazo que aun sujetaba un arma. Me agaché y la arranqué de su mano pútrida, comprobé que ya no funcionaba y la dejé de nuevo en el suelo.

Pokito aceleró su paso, había encontrado el rastro del capitán, no había duda, así que yo también corrí tras él. Me condujo a una zona llena de cuerpos, alguien los había apilado en una montaña. ¿Habrían sido los infectados tras comprobar uno a uno que todos estaban muertos? ¿Estaría el cuerpo sin vida del capitán entre ellos?

Comencé a moverlos uno a uno, esperando encontrar el rostro de Bradley entre uno de ellos pero un ruido me lo impidió, varios infectados atraídos por mi olor caminaban hacia mí. Hice una señal con la mano a Pokito y nos metimos en el hueco que había abierto en la montaña de cuerpos, desde dentro empujé un cuerpo al que le faltaba la cabeza y tapé el agujero.

Ocultos entre cuerpos mutilados, con rostros sangrientos y ojos fueras de sus orbitas mirándonos de cerca quedamos en silencio, esperando no ser vistos por los infectados. Sus pasos cada vez se hacían más fuertes, más cercanos, hasta que sus respiraciones y jadeos casi parecieron susurrarnos al oído y no pude evitar taparme la boca con la mano, como si intentara evitar que se me escapara un grito.

Los pasos se alejaron y todo volvió a quedar en calma. Empujé de nuevo el cuerpo del hombre decapitado y asomé la cabeza. Mis ojos verdes trataron de distinguir algo en la oscuridad de la noche acostumbrándose a la negrura de las cenizas y el cielo, pero no terminé el reconocimiento, algo goteó en mi hombro. Era caliente y pegajoso y por el olor tan desagradable supe de quien procedía. Me giré bruscamente y alguien se abalanzó sobre mí. Un infectado con el rostro lleno de sangre trataba de morderme mientras yo le sujetaba con ambas manos. Era fuerte, grande y pegajoso. Me tiró al suelo así que doblé las piernas y traté de golpearle con ellas pero fue en vano. Deslicé mi mano derecha hasta su garganta y apreté con fuerza, no para matarlo porque sabía que no era lo suficiente fuerte pero si para sujetarle mientras buscaba con la izquierda el cuchillo. Palpé la pernera pero entonces me acordé que lo había guardado en el lado derecho. Me retorcí para alcanzarlo y con el esfuerzo el infectado se me acerco hasta casi rozar mi oreja. En un último y desesperado esfuerzo, le empujé con la derecha mientras sacaba el cuchillo de uno de los bolsillos del pantalón. El infectado se me abalanzó y al evitar su mordisco perdí el cuchillo que tanto esfuerzo me había costado conseguir, deslizándose y perdiéndose para siempre entre los cuerpos.

Los brazos me temblaban, ya no me quedaban fuerzas, iba a morir. Pokito ladraba nervioso, no podía hacer nada para salvarme, le había dado la orden de no atacar, sabía que un mordisco le infectaría y él era mi única familia.

-¡Corre Pokito! ¡Sálvate!- Pero a esa orden no hizo caso, él nunca me abandonaría y continuó ladrando.

Ya apenas podía sujetar al infectado y sus babas calientes goteaban por mi rostro. Mis manos sudorosas se resbalaron de su cuello y el infectado se desplomó sobre mí.

No sentí sus dientes clavarse en mi piel, ni derramarse mi sangre. Simplemente sentí el peso del monstruo, quieto, inmóvil, sin vida. ¿Cómo podía ser posible? ¿Cómo había muerto? Quizás me había salvado Pokito, pero ¿Cómo? Y entonces le oí.

-¿Vas a seguir mucho tiempo ahí quieta o es que le has cogido cariño a ese infectado?

 Era el Capitán Bradley.

No hay comentarios:

Publicar un comentario