lunes, 29 de abril de 2013

Día 32





Los grandes y redondos ojos marrones de Dany me miraban fijamente tratando de asimilar aquella nueva averiguación.

-¿De verdad crees que eso es posible? –Se atrevió a preguntar.

-Que nosotros sepamos los rusos fueron los primeros en llegar y estas vías tienen pinta de estar aquí hace mucho más tiempo, yo diría que varios años, incluso varias décadas.

-Creo que tiene sentido. Este planeta es prácticamente igual a la Tierra, vegetación, animales, posiblemente también existan humanos.

-O existieron.- Le corregí a Dany mientras este me miraba intrigado-. Recuerda que llevamos tiempo aquí y no nos hemos topado con vida inteligente, sin olvidar la misteriosa infección que asola este planeta y que posiblemente terminara con la vida inteligente con la que no nos hemos encontrado.

-¿Crees que eso fue lo que les pasó?

-En el nuestro fue la crisis, quizás en este tropezaron con un virus altamente peligroso a lo “Resident Evil” o “Soy leyenda”. Pero eso da igual ahora, recuerda que una manada de zombis hambrientos nos persiguen.

-Cierto.-Respondió Dany levantándose de inmediato del suelo y retomando la carrera a mi lado.

Varios disparos de cobertura mantuvieron a los infectados lejos de nosotros y nos ayudaron a unirnos de nuevo al grupo.

-No podemos permitirnos más retrasos, no tenemos munición suficiente y son demasiados.-Me dijo el capitán Bradley algo molesto por tener que esperarnos y cubrirnos mientras nosotros charlábamos tranquilamente en el suelo.

-Hemos descubierto algo importante.-Le dije algo ofendida, a estas alturas de la aventura no me podía creer que pensara que Dany y yo fuéramos a ser dos tontos que retrasan al grupo-. Hay unas vías de tren en aquella dirección, lo más sensato sería seguirlas, quizás nos topemos con algo mejor que una simple explanada para escondernos. ¿A no ser que creas que tu plan de correr sin rumbo sea mejor?-Miré de soslayo al capitán con una media sonrisa de autosuficiencia.

Bradley me miró muy serio a los ojos, suspiró y dio la orden al resto del grupo de correr en dirección  suroeste.

Corrimos sin descanso tanto tiempo que empezamos a sentir calambres y pequeños mareos por el sobre esfuerzo. La tremenda lluvia rojiza de arcilla nos entorpecía la huida, hundiendo nuestros pies en varios centímetros de barro, aunque también dificultaba el paso a los infectados, lo que convertía la situación en una carrera a cámara lenta, como si de una película de serie b se tratase. Nuestros disparos nos permitían mantener una distancia de seguridad de algo más de un kilómetro que poco a poco se fue reduciendo a una distancia asfixiante de varios metros.

Cuando creímos no tener más fuerzas para continuar corriendo, la visión de una vieja vagoneta de tracción manual nos las devolvió. Nuestros pies parecían estar propulsados por una energía sin límites, mientras gritábamos y sonreíamos como una pandilla de locos. La vagoneta era antigua y no estaba en muy buenas condiciones. El metal estaba oxidado y la pintura, que algún día fue de un color amarillo claro, era de un sucio y descascarillado color mostaza. 

Mientras unos disparábamos a los infectados tratando de evitar que alcanzaran nuestro nuevo y a la vez antiguo medio de transporte, los demás ejercían fuerza al básico mecanismo chirriante que desplazaba la vagoneta por las vías ocultas en la arena. La tracción estaba casi rígida debido a varias décadas de olvido y desuso por lo que a pesar de que mis compañeros de grupo más fornidos aplicaban toda su fuerza bruta al dispositivo apenas nos movíamos unos metros. Poco a poco la vagoneta fue mejorando su empuje, aumentando su velocidad y con ella, nuestras posibilidades de huida. Las enormes ruedas metálicas guidas por las vías se desplazaron escupiendo chispas amarillas por el suelo mojado, produciendo un feroz estruendo hasta que por arte de magia callaron, moviéndose a la rapidez deseada.

Alguien emitió un chillido de victoria, mientras otro daba palmaditas en la espalda a los que habían logrado poner en movimiento la vagoneta. Pero entre tanto alboroto solamente una persona se había percatado que en aquella vagoneta ya no éramos siete personas y un perro, teníamos compañía.

-¡Ramírez!-Gritó Bradley, alertando al resto del grupo.

Ramírez, el que había sido el mejor amigo de Bradley se encontraba frente al capitán, con su sucio parche en el ojo, una sonrisa torcida y una pistola en la mano.

-Amigo. Esto no tiene por qué ser así.-Exclamó Bradley, que por primera vez parecía estar preocupado, nervioso y asustado. 

El capitán tenía una debilidad y era Ramírez, jamás sería capaz de matar a su mejor amigo, aunque este ya estuviera muerto. Ramírez avanzó por la vagoneta apuntando a la cabeza del capitán y dispuesto, muy dispuesto a disparar. Dio un paso más y acarició el gatillo de su arma, feliz y victorioso. Sonó un disparo.

El estruendo de la detonación vibró por la estructura metálica de nuestro vagón, mientras el cuerpo de Ramírez se desplomaba lentamente fuera de él, cayendo al suelo. En silencio la vagoneta continúo su marcha por las vías, alejándose más y más del mejor amigo del capitán, mientras Dany sujetaba entre sus rodillas el arma aún caliente que había terminado con la vida de Ramírez al escurrírsele de sus torpes y regordetas manos.     
       

lunes, 8 de abril de 2013

Día 31




Estábamos en medio de la nada cuando empezaron a caer las primeras gotas de lluvia. El cielo estaba de un color gris oscuro y el viento agitaba las hojas y las partículas de arena y polvo, arremolinando nuestra angustia en forma de pequeños e incomodos obstáculos móviles.

Caminábamos deprisa por aquella explanada de rocas y pequeños arbustos de no más de un metro de altura, sabíamos que en aquel paraje seríamos blanco fácil ante un posible ataque de nuestros enemigos y la llegada de una tremenda tormenta nos impulsaba a desplazarnos aún más rápido.

-¿Alguien sabe dónde estamos?

Ante la pregunta de Dany todos nos giramos al unísono en espera de la respuesta del capitán, si alguien podía saberlo era él.

-Si seguimos caminando en esta dirección daremos con nuestra nave.-Respondió muy serio después de sentirse interrogado por nuestras miradas inquietas.

-¿Entonces no nos hemos perdido? ¿Yo juraría que nunca hemos ido por esta zona del planeta? –Volvió a preguntar  Dany.

-Es cierto que nunca habíamos explorado esta zona, pero recuerda que estás hablando con un capitán y un capitán nunca debe perderse.-Respondió molesto.

-Bradley a veces me da miedo.- Me susurró Dany al oído.

-¡Mierda!- Exclamó uno de los hombres.- Esta lluvia es un asco, parece barro.

En pocos minutos nos encontrábamos totalmente empapados de aquella lluvia rojiza de arcilla, calados hasta los huesos, con los rostros manchados de barro y goteando aquella dantesca arcilla roja. El suelo engullía nuestros pies como si de arenas movedizas se tratara, hundiéndose varios centímetros a cada pisada, dejando un rastro de surcos profundos a nuestro paso. Los relámpagos iluminaban el cielo y los ensordecedores truenos rompían nuestros tímpanos. El viento agitaba las nubes del cielo y enfriaba nuestros mojados cuerpos.

Alguien mascullaba ciertos improperios cuando un ladrido de Pokito nos inquietó a todos. Al girarnos pudimos comprobar que todas nuestras peores pesadillas se cumplían. Unos cien infectados en diferentes estados de la infección nos habían localizado y se aproximaban a nosotros.

-¡Corred! ¡Son demasiados para nosotros!-Gritó Bradley.

-¿Hacia dónde?- preguntamos mirando la descubierta explanada.

-¡Corred! No hay tiempo.- Volvió a gritar Bradley mientras desenfundaba su arma y disparaba a nuestros perseguidores.

-¡Corred!- Gritó alguien.

Nuestro pulso se aceleró con el esfuerzo, la lluvia y el suelo embarrado dificultaba nuestra angustiosa carrera. De pronto, Dany tropezó y se precipitó al suelo, hundiendo su rostro en el suelo mojado. Corrí para ayudarle, se había atascado con algo y vomitaba arcilla por la boca.

-¡Dany!- Grité nerviosa, nos habíamos quedado atrás del grupo-. ¡Corre Dany! -. Le dije mientras desencajaba su pie derecho de la vía metálica.

-Vamos María, ya estoy libre, corramos.- Me dijo al ver que permanecía en el suelo arañando en el barro.

-¡Un momento!- Le ordené-. Esto son unas vías de tren.

-¿De tren? Eso es imposible, a no ser que…

Le miré a los ojos, las gotas de arcilla surcaban su rostro. Terminé su frase-. A no ser que nosotros no seamos los únicos seres inteligentes de este planeta.