En mi mente se dibujaba una y otra vez el terrible momento
en el que yo dejaba ir a Oleg y como la nave, nuestra última esperanza, partía
con un rumbo desconocido pero con un destino mucho mejor que este. Un eco de
miedo, de desesperanza se transmitía por todo mi cuerpo, un terrible y doloroso
martilleo se ensañaba con mi perdida cabeza y una lágrima, solo una lagrima, se
escapaba por mi rostro, dibujando, en su incansable destino de caer y romperse
contra el duro y seco suelo, la pena de mi alma.
-¡María! ¡María!- Una voz grave me llamaba mientras yo
acariciaba de forma compulsiva y nerviosa el pelaje dorado de Pokito.
-¡María!- La voz se acercaba.
-¡María!- La mano del capitán Bradley me agarró la espalda.
-¿Qué ha pasado?-Me preguntó.
-Se han ido, hemos perdido la nave, vamos a morir.-Respondí
mientras mis ojos verdes miraban la nada, perdidos en un mundo entre la locura
y el pánico.
-¿Y las otras? ¿Podemos usar las otras naves?
-No. Las puertas no se pueden abrir. Vamos a morir
aquí.-Respondí.
-¡No vamos a morir aquí!-Gritó Bradley enfurecido-. ¡Soy el
capitán y os voy a sacar de aquí a todos, aunque sea lo último que haga!-La
intensidad de sus palabras hizo que mirara sus ojos grandes y oscuros, unos
ojos que a pesar de la fragilidad e incertidumbre del momento, aportaban
seguridad y confianza.-Pero necesito que despiertes, que reacciones y me
ayudes-. Concluyó muy serio.
Yo asentí.
-¡Quiero a todos detrás de las naves, a diez metros de
distancia de estas! –Ordenó Bradley-. Yo os cubriré.
-Pero capitán son muchos… -Dijo un hombre de pelo castaño.
-¡Es una orden!-Gritó muy serio Bradley.
-Si, señor.-Respondieron todos al unísono.
Mientras los pocos que quedábamos con vida, tres hombres
armados, el compatriota Ruso abandonado por Oleg, Dany, Pokito y yo, nos
colocábamos detrás de las dos naves como nos había indicado Bradley, este
corría enloquecido, disparando a diestro y siniestro con una pasmosa puntería.
La visión era tan increíble que parecía estar ante una fantástica película de
acción.
Al llegar al otro lado de las naves perdimos la visión de lo
que sucedía, solo un continuo repiqueteo de balas nos indicaba que nuestro
valiente y temeroso capitán aun seguía con vida. La espera se nos hizo eterna,
los segundos parecían minutos y los minutos horas. Además esperar y no saber a
que, era la peor de las torturas, aunque lo más probable es que estuviéramos
esperando a que Bradley muriera en un intento loco de alguna rara maniobra. Los seis sujetábamos con fuerza nuestras armas, rechinando
los dientes, nerviosos con las frentes sudorosas y los ojos llenos de alerta y
temor. Pero para asombro de todos, volvimos a ver al capitán Bradley. Sus
piernas corrían a gran velocidad, serpenteando su trayectoria. Tras pararse un
instante en la última de las naves e introducir algo en una compuerta
posterior, su frenética carrera continuó. Bradley nos chilló algo inaudible
desde la lejanía. Varios nos miramos confundidos, esperando que alguno hubiera
entendido algo y supiera que hacer, pero no fue el caso. El capitán seguía su
incansable carrera hacia nosotros, chillando y agitando los brazos. Y por fin
le entendimos.
-¡Al suelo!
Una terrible onda explosiva nos golpeo con fuerza,
desplazándonos varios metros. A pesar de haber estado a una distancia de
seguridad grande, sentíamos el ardiente calor en nuestros rostros y las cenizas
caer al suelo. La explosión llenó todo de fuego y humo pero de los infectados
ni rastro, de momento nos habíamos salvado. El capitán lo había logrado, pero
¿Dónde estaba el capitán? Quizás la explosión también se lo había llevado a él,
quizás Bradley había …
¡Capitán Bradley!-Chillé, pero no hubo respuesta.
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