viernes, 21 de septiembre de 2012

Día 24





Nos encontrábamos en el barracón sur, confinados en largas filas de literas, apretujadas unas con otras para ahorrar espacio. Mi grupo o más bien lo que quedaba de él, esperaba con gran nerviosismo lo evidente, nuestro inminente abandono en aquel planeta. Las puertas cerradas con candados impedían nuestra huida y que estropeáramos los planes de Oleg.

Después de que descubriéramos, gracias al poco interés mostrado del jaguar por Ramírez,  que los animales o humanos infectados tenían la capacidad de detectar cuando otro lo estaba o no lo estaba (seguramente el nervio fantasma era el causante de esta propiedad y quien sabe de cuantas más) y por consiguiente la manera de averiguar quien estaba infectado y quien no, pasaron todos los hombres, mujeres y niños de aquel campamento por las celdas que horas antes Dany y yo habíamos visitado. Resultó curioso que la mayor cantidad de infectados estuvieran entre las filas de Oleg y no entre las nuestras, después de todo sus magnificas medidas de seguridad no eran tan magnificas y casi la mitad de su campamento estaba infectado mientras que en el nuestro solo lo estaba Ramírez. Al final habernos mantenido encerrados en jaulas si había sido seguro, pero para nosotros.

Todos los infectados fueron encerrados en celdas a pesar de que yo aconsejara que lo más seguro era su eliminación, pero mi amistad con Oleg ya no era buena y mis consejos no surtían efecto. Mi posición privilegiada en el campamento por ser la dueña de la única tarjeta electrónica capaz de poner de nuevo en marcha las naves se había esfumado con la traición de Jared, al revelar a Oleg el escondite de esta.

A pesar de todo me sentía satisfecha, tanto Dany como yo de momento estábamos vivos y con los nuestros. Quizás Oleg aun tenía algo de humanidad y nos había perdonado la vida o tal vez nos dejaba vivir por si nos necesitaba de nuevo, quien sabe, lo mejor era no pensar en ello.

Éramos pocos no llegamos a diez. Oleg había tenido importantes bajas en su grupo, varios de sus mejores hombres habían resultado ser infiltrados y necesitaba a gente para suplir esos puestos. Se había llevado a los más cualificados, con mayores conocimientos técnicos y experiencia militar de los nuestros, prometiéndoles un futuro mejor fuera de este infectado planeta y siempre bajo su mando. Pero unos pocos hombres leales e incapaces de seguir a un hombre sin principios como Oleg, habían preferido permanecer en nuestro grupo aunque eso les supusiese la muerte. Entre ellos estaba el capitán Bradley.

Algo nos hizo levantarnos de nuestras literas, un ruido fuerte, atronador. Quedamos en silencio, tratando de averiguar que ocurría tras los finos muros de nuestro barracón. Otro ruido hizo vibrar las paredes y una especie de lluvia o granizo lo salpicó todo.

-Eso ha sido una bomba.-Exclamó el capitán.

Varios ruidos metálicos hacían chirriar el ambiente.

-¡Las rejas de seguridad!- Chilló alguien.

Un repiqueteo de balas nos alertó aun más, eran demasiadas balas para ser solo de los hombres de Oleg.

-¡Nos atacan los infectados, María llevaba razón!-Gritó un hombre flacucho que se movía de forma neurótica entre los pasillos de las literas.

Otra bomba. Esta la habíamos sentido más fuerte con mayor intensidad, había sido cerca, muy cerca de nuestros barracones.

El capitán Bradley comenzó a examinar el habitáculo escrutando cada tornillo, cada barra metálica que formaba la estructura de las literas hasta que arrojando las mantas al suelo de un tirón, gritó:

-¡Ayudarme! Estas patas están sueltas, creo que podemos arrancarlas con un poco de fuerza. En breves momentos nos atacaran y necesitamos armas. ¡Deprisa!

Varios hombres a base de patadas y fuerza bruta desvalijaron aquella litera junto con el capitán Bradley, para después repartirse los tubos metálicos y prepararse para la batalla.

Los ruidos se sucedían, unos eran lejanos  y otros casi detrás de nuestra puerta. Los nervios se apoderaron de nosotros. Yo no paraba de caminar, el capitán miraba frenéticamente cada pared, cada esquina del habitáculo esperando el inminente ataque o puede que el estallido de una bomba, Dany se abrazaba a Pokito, el cual no paraba de ladrar por los ruidos y otros simplemente chillaban o lloraban.

De pronto alguien rascaba tras la puerta. Un ruido de llaves nos alertó. El tintineo era poco preciso, confuso, hasta tal punto que el juego de llaves repiqueteó hasta llegar al suelo. Después de varios intentos ese alguien logró abrir el candado de nuestra puerta. Bradley en silencio hizo varios movimientos de brazo y los hombres se colocaron en formación triangular tras la puerta con Bradley a la cabeza. La puerta se abrió. Un hombre ensangrentado apareció tras ella. Bradley agitó con fuerza su arma pero en el último momento paró. Había reconocido al hombre, era Oleg.

-¿Oleg? Preguntó el capitán.

-Necesito vuestra ayuda.-Respondió este entrecortadamente.
   

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