lunes, 2 de abril de 2012

Día 17



-¿Nunca?

-Entenderá que no podemos infectar a más gente.

-¡Pero si seguimos aquí nos infectaremos todos!

-Entonces ayúdeme a encontrar una cura o al menos a detectar quien tiene la enfermedad.

-¿Yo? No soy médico, aunque en mi grupo contamos con un experto en Biología y Zoología, el soldado Ramírez, el quizás pueda…

-Contaremos con Ramírez para nuestras investigaciones médicas-.Me interrumpió Oleg.- Pero la necesito a usted.

-¿A mi?

-Tiene un enorme potencial. A pesar de ser una jovencísima y delgaducha mujer, ha conseguido estar al mando por encima de un condecorado y rudo capitán, y de un malcriado y poderoso millonario. Seguro que encuentra la forma de solucionar el problema.

-Ni soy delgaducha, ni estoy al mando.-Dije ofendida mientras cruzaba los brazos-. Solo poseo la tarjeta electrónica.

-¿seguro? Piénselo.-Oleg pulsó un botón de su escritorio y de inmediato apareció uno de sus hombres para llevarme de nuevo a la jaula.

-Un momento, ¿no pensará encerrarme?

-Necesita pensar mucho si quiere encontrar la solución a nuestro problema y que mejor lugar para recapacitar que la jaula.

-¡Me niego!, si hace eso no hay trato. Necesito saber que cuando le entregue la tarjeta no se marchará sin mí, necesito confiar en usted y para ello debe demostrármelo a partir de ahora. Prefiero destruir la tarjeta y morir en este planeta que compartirla con alguien dispuesto a traicionarme.

-Y luego dice que no está al mando.-Dijo Oleg rascándose la barbilla-. Quiero esa tarjeta así que me ganaré su confianza, desde ahora en adelante mi campamento es su campamento, pero entenderá que necesito mantener la cuarentena de su grupo. Solamente usted podrá pasear por las instalaciones sin restricciones y sin vigilancia, mientras los demás permanecen en las jaulas. Pediré que la preparen una bonita y cómoda habitación cerca de estas instalaciones.

-Entiendo sus precauciones, por eso quiero que las celdas sean rehabilitadas con todo lujo de detalles para la comodidad de mis hombres y de la mía propia, soy uno de ellos así que viviré como ellos.

-Es una mujer sorprendente.-Sonrió Oleg-. Esta noche estará todo preparado. 


     
 Los hombres de Oleg estuvieron todo el día rehabilitando las jaulas para que fueran lo más confortables posibles. El ir y venir de maderas, colchones y otros trastos les tenía muy ocupados así que aproveché el jaleo y mi nueva condición de libertad para dar una vuelta por las instalaciones. Eran tal cual las habíamos visto la noche de nuestra llegada. Las casas de madera oscura se organizaban en sectores, los pequeños jardines aportaban colorido y un dulce olor a jazmín y tierra mojada, las calles circulares daban a parar a la plaza principal donde los niños corrían y jugaban con total libertad. El edificio de dos plantas que servía como centro neurálgico para la investigación de la misteriosa enfermedad y de base de control de Oleg se encontraba en dicha plaza. Hacía pocas horas que había estado en él y no tenía ningún interés en volver, el interrogatorio me había puesto de mal humor, así que decidí seguir caminando y respirar aire fresco para pensar.

Deambulé por las calles hasta que se terminaron y continué mi paseo por la arena, rozando mis manos por los árboles y pisoteando los huertos con descaro. Oleg buscaba mi confianza y yo tenía que ponerla a prueba, la perdida de unas cuantas lechugas parecía un buen comienzo. Al fondo del huerto yacía una pequeña caseta, me acerqué a cotillear. La puerta estaba cerrada con un candado, tomé una piedra y lo rompí de un golpe. Dentro, un fuerte olor a humedad me hizo taparme la cara. Varias herramientas de jardinería se amontonaban en una esquina sin ningún orden aparente. Al fondo en una destartalada mesa había varias cestas tapadas con telas. Rebusqué en ellas pero no encontré nada. Levanté la mirada y ojeé a través de la ventana. El viento movía las ramas de los árboles y agitaba unos pequeños chamizos que se encontraban a poca distancia. Estos llamaron mi atención y me dirigí hacia allí. Los chamizos resultaron ser casas viejas y habitadas a pesar de no tener luz, ni grifos por donde salir agua. Las puertas estaban abiertas y la gente entraba y salía de ellas sin ningún reparo. Me acerqué a una ventana y miré por ella, dentro varias mujeres zurcían ropas viejas y muy usadas. Me dirigí a otra casa y eché un vistazo a través de la puerta, allí varios hombres hacían cola para que otro que se encontraba sentado golpeando con un mazo, les arreglara los zapatos o afilase los cuchillos. No había duda, me había topado con un mercado.  Visité varias casas más hasta que me tropecé con una que me fascinó, su aspecto era oscuro y lúgubre, muy diferente a las demás. Su decoración estaba compuesta por cabezas de animales disecadas y dibujos de mariposas y tribales. En su interior solo se encontraba un hombre que se entretenía coloreando un dibujo de una chica con grandes pechos y un vestido minúsculo. El hombre vestía una camiseta sin mangas, dejando al descubierto sus brazos tatuados con serpientes y cruces. La tienda estaba vacía y eso suponía que nadie más, salvo el hombre tatuado y yo, se enteraría de mis secretos planes que puede que en un futuro no muy lejano me salvaran la vida. Me armé de valor, sabía que aquello me dolería pero debía ser valiente, respiré hondo y entré.

Una hora más tarde me encontraba de regreso a la jaula, con la muñeca derecha vendada y muy dolorida, ocultando mi nuevo y único tatuaje. Estaba cansada, la exploración por el campamento me había agotado, solo quería llegar y dormir hasta mañana. Además tenía ganas de ver a Pokito, el cual me estaría esperando fiel y leal en la nueva y rehabilitada jaula. Estaba ensimismada en mis pensamientos cuando sentí un golpe en la cabeza, caí al suelo aturdida pero aun consciente. Un hombre me agarró por los brazos y me arrastró hacia el interior de una de las casas. No me había dado cuenta que me había estado siguiendo y ahora ya era tarde. Intenté levantarme pero las piernas me temblaron y me desplomé en el suelo. Miré a mí alrededor, quería saber al menos que aspecto tenía la cara de mi raptor pero él estaba de espaldas, afilando un cuchillo de la cocina.

-¿Quién eres? ¿Qué quieres de mi?-Conseguí decir entre balbuceos.

El hombre se giró y pude al fin verle la cara pero como no le había visto nunca, me quedé igual que como estaba. Sabía que era un hombre joven de unos treinta tantos, pelo moreno, ojos marrones y muy feo, pero seguía sin saber de quien se trataba.

-Oleg se enfadará mucho si me haces algo.

-Entonces intentaré que no se entere Oleg.-Y terminó su respuesta golpeándome en la cara.

Debí quedarme inconsciente hasta que una voz conocida me despertó. Era Jared.

-¡María! ¿Te encuentras bien?

Jared me miraba con sus grandes y bonitos ojos azules. No me había dado cuenta hasta ese momento de lo bien parecido que era. Seguramente en la tierra antes de que la crisis devorara nuestro planeta, antes de que las oleadas de gente enfurecida, con hambre y sed atacaran a cualquiera por una simple chocolatina o por una camiseta limpia, antes de que todo pasara, él había sido un mimado y poderoso rico, que conseguía todo cuanto quería y a todas las que quería no solo por el contenido de su cartera.

-¿Me escuchas María?

-¿Jared?

-Si soy yo, ya estas a salvo.

-¿A salvo? ¿Qué me ha pasado?

-Era un infectado. Pero ya estas bien.

-¿Cómo has podido salir de la jaula?-Le pregunté sorprendida.

-Me escapé con ayuda de Bradley. Te habíamos visto en peligro y teníamos que ayudarte.

-¿Bradley? ¿Y donde está? ¿Cómo…?

-Ahora no te preocupes por nada, ya estas a salvo.-Me interrumpió Jared-. Yo te he salvado.

-¿Has sido tú quien me ha salvado?

-Si, yo te he salvado.-Dijo Jared, ocultándome que realmente Bradley fue el que arriesgó su vida para salvarme. 

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