jueves, 22 de diciembre de 2011

Día 8




Aquel día me desperté por el repentino brillo de mi fluorescente, alguien había encendido la luz. Me froté los ojos con las manos y miré hacia la puerta.

-¿Me vas a despertar todos los días personalmente?- Pregunté a Adrián.

-No. Hoy es el último día que te despierto. Cámbiate, te espero fuera.-Me respondió.

Me peiné mi moreno cabello con un pequeño cepillo, me quité el camisón blanco y me puse ropa limpia. En cuanto estuve lista salí, acompañada de Pokito, al encuentro de Adrián. Él me esperaba en el pasillo con una carpeta en la mano.

-Hoy voy a enseñarte en profundidad el refugio. Tienes que decidir la función que vas a realizar porque aquí todos tenemos una función.

-Dirás un trabajo.-Le interrumpí.

-No es un trabajo, es una colaboración entre miembros de este refugio.

-Si, si.-Asentí como si llevara razón, aunque al dejar de mirarme puse cara de desagrado.

-Esto es la lavandería, aquí llega toda la ropa sucia y es lavada a mano, secada y planchada.-Me indicó Adrián.

-Ya pero yo no me veo limpiando la ropa a mano, parece un trabajo muy sucio.

-Está bien,  en ese caso te mostraré la cocina.-Respondió Adrián.

Avanzamos por largos y concurridos pasillos hasta llegar a las enormes cocinas. Grandes cacerolas hervían en los fuegos mientras los atareados cocineros iban de allí para allá secándose el sudor de la frente.

-Para ser cocinero tienes que tener un cierto arte en la cocina. ¿Sabes cocinar? –Me preguntó Adrián.

Yo al ver el sofocante calor y lo estresados que estaban aquellas personas, tratando de preparar a tiempo tal enorme cantidad de alimentos para tantas personas dije:

-Nunca he cocinado.

Aunque era una gran cocinera.

-No te preocupes, encontraras tu lugar en el refugio, todos lo encontramos.-Me dijo muy sonriente.

A continuación me llevó a unas salas llenas de productos de limpieza, fregonas y trapos.

-Creo que de limpiadora tampoco me veo.-Respondí antes de que me dijera nada.

Adrián me miró con detenimiento, hizo un gesto de afirmación con la cabeza y sacó un bolígrafo de su bolsillo derecho. Escribió en su carpeta durante un par de minutos y al finalizar, guardó el bolígrafo y recortó un trozo de papel.

-Aquí tienes.-Dijo el hombre entregándome el papel.

-¿Qué es esto?-Pregunté atónita.

-Es el escrito que indica que a partir de ahora eres rastreadora.

-¿Rastreadora? ¿Por qué?

-Es la única función que queda y por lo que pasó ayer, creo que se te da bien.-Respondió Adrián.

-¿No hay más trabajos disponibles? ¿Qué me dices del tuyo? Me dijiste que eras del mantenimiento.

-Soy encargado del mantenimiento.-Respondió dándose aires de grandeza.-Este trabajo te lo tiene que asignar el jefe del refugio, al igual que la función de protector del refugio y del jefe.

-¿Te refieres a los dos guardaespaldas que tiene?-Pregunté a Adrián.

-No son guardaespaldas, son hombres de confianza. Y lo siento, no hay más funciones, esta comunidad es una comunidad sencilla.

-Está bien, ser rastreador me parece una buena función, peligrosa pero buena función.

-Si está todo bien, puedes ir a desayunar, los rastreadores salen temprano. Yo me quedo que tengo cosas que hacer.

Afirmé con la cabeza y me marché lentamente. Adrián no paró de mirarme, inquieto frente a una puerta cerrada con llave, esperando a que me marchara. Eso me hizo sospechar que detrás de aquella puerta había algo importante y que no quería que yo lo viera, así que me oculté en uno de los pasillos y esperé a oír el ruido de las llaves, para hacer otra vez acto de presencia.

-Se me olvidaba…-Dije tratando de disimular mi repentina aparición.

-¿Qué, que haces aquí?- Tartamudeó Adrián ante mi inesperada visita.

-Se me había olvidado preguntarte que….-Pero lo que había en aquella habitación me hizo interrumpir mi falsa explicación.- … ¡Ala! Que de armas. ¿No erais una comunidad pacífica?

La sala estaba abarrotada de pistolas, cuchillos, escopetas y bombas. Lo que tenían la pacífica y tranquila comunidad llamada el refugio escondido entre aquellas cuatro paredes, era todo un arsenal.

-Somos una comunidad pacífica, tenemos prohibido el uso de armas. Estas son solo para el uso del jefe y sus hombres de confianza.-Respondió nervioso Adrián.

-Si que necesita armas tu jefe.- Dije adentrándome en la sala y cogiendo un cuchillo que estaba  guardado en una bonita funda de cuero negra.- ¿No creo que importe que me quede con un pequeño cuchillito de estos? Es solo para defenderme en los rastreos.

-Ni hablar. Estas armas son del jefe, si alguien coge algo de aquí se enfadaría mucho. Además tú no debes estar aquí. ¡Deja ahora mismo ese cuchillo, quiero verte como lo dejas! -Dijo el hombre muy enfadado.

-Ya dejo el cuchillo, no te enfades, solo era una pregunta, si no puedo tener armas lo entiendo. Si soy una buena chica, ¿verdad Pokito? -Dije colocándola en el suelo junto con otras armas de mayor tamaño, asegurándome de dar dos pequeños toquecitos al cuchillo para que mi perro entendiera que era lo que quería que cogiera.

-Ahora márchate.-Me indicó Adrián todavía molesto.

-Espera, quería preguntarte ¿si he de informar a alguien más de mi nuevo oficio como rastreadora o si debo entregarle a alguien este papel?-Dije distrayendo al hombre mientras mi leal Pokito cogía el cuchillo con la boca y se marchaba de aquel pasillo sigilosamente.

-No, no tienes que entregar ese papel a nadie, es solo para ti. Y yo ya me encargo de informar de que tu función es la de rastreadora.

-Gracias.-Respondí marchándome lo más deprisa que pude.

Al girar a la derecha por aquel largo pasillo, me encontré con Pokito, el cual me esperaba con mi nueva y brillante arma.

-Buen chico, eres un buen chico.-Dije a Pokito mientras me la escondía en el pantalón.

Tras aquel pequeño hurto me dirigí al comedor a desayunar.

-Soy rastreadora.-Dije al ver a mis dos amigos.

-Nosotros también.-Me respondió Samuel.

-Bueno, así si queremos huir de aquí será más fácil.-Dije mientras me comía unos deliciosos y grasientos trozos de beicon. -¿sabéis algo nuevo del temblor de ayer?

-Yo le he preguntado a Ángela.-Me informó Dany-. Es el segundo temblor de tierra que tienen, el otro fue hace una semana más o menos.

-Lo imaginaba.-Dije rascándome la cabeza.

-¿El que te imaginabas?-Preguntó Samuel intrigado.

-Hace una semana hubo un temblor acompañado de una fuerte luz, ¿recuerdas?

-¿Crees que ha habido otro despegue?

-Si, creo que ha salido otro cohete. Y como el segundo temblor ha sido mucho más fuerte que el anterior, creo que estamos muy cerca.-Dije mirando a mis dos amigos entusiasmada.

-Yo no me quiero ir de aquí.-Interrumpió Dany.-No sabemos que es ese cohete, puede que no tenga importancia, que no sea nada y aquí se está muy bien.

-Quédate si quieres, yo en cambio deseo saber que es ese maldito cohete.

-¡Rastreadores!-Dijo Nicolás interrumpiendo nuestra secreta conversación-. Es hora de salir.

Antes de irnos fuimos a lavandería, allí a los rastreadores nos daban ropa de abrigo y botas especiales para el barro. Una vez bien abrigados con bufandas, guantes y gorros, cruzamos por el pasillo principal para poder llagar a la salida del refugio. Por el camino nos cruzamos con el jefe y uno de los guardaespaldas que arrastraban a Adrián por el pasillo.

-¡Yo no lo he robado! ¡No fui yo! ¡Créame señor! ¡Yo no he cogido su arma favorita!

El tal jefe y el hombre fornido se lo llevaron de allí sin mediar palabra con el aterrorizado Adrián. Yo me agarré el cuchillo que escondía en mi espalda. 

Estuvimos horas buscando entre escombros e inspeccionando todas las casas de un pueblo cercano. Encontramos ropa, cacerolas e incluso papel higiénico, mientras uno de los hombres de confianza del jefe nos vigilaba de cerca con una escopeta entre sus manos.

-¿Por qué nos vigila armado?-Pregunté a Nicolás.

-No nos vigila, nos está protegiendo. Recuerda que ayer te salvó la vida.-Me respondió.

-Pues yo creo que nos vigila para que no nos escapemos.-Susurré a Samuel a la oreja.

Cuando ya casi habíamos terminado la ronda, a uno de los rastreadores se le rompió la bolsa de tela en la que guardaba los objetos que habíamos encontrado, cayéndosele todo su contenido.

-¡Ahora está todo por el suelo! ¡Es todo culpa tuya!-Gritó el hombre.

-¿Por qué va a ser mi culpa? ¡Es culpa tuya, no sabes llevar la bolsa!- Respondió el compañero que tenía a su lado.

-¡Es tu culpa! Deberías llevar más cosas en tu bolsa y no todo en la mía, pero como eres un vago.

-No soy un vago…

-Señores, cálmense.-Intervino en la acalorada pelea el guardaespaldas.

-Ahora es el mejor momento para huir, el esbirro del jefe está distraído.-Susurré a mis amigos.

-Estas loca. No podemos irnos. –Dijo Dany.

-Si no queréis venir lo entenderé, yo me marcho.

-Piénsatelo mejor, el jefe dijo que nos podíamos ir cuando quisiéramos. ¿No lo recuerdas?-Me dijo Samuel.

-Eso es mentira, estamos recluidos. Por eso siempre nos acompaña un hombre armado. Yo me voy ahora. Adiós.

Pero justo cuando iba a echar a correr, otra persona del grupo tuvo la misma idea, distrayéndome de mi fuga. El hombrecillo corría despavorido, aterrorizado y sin mirar atrás. Fue entonces, cuando el hombre armado se percató de su huida, agarró la escopeta y disparó sin compasión un único pero certero disparo, dejando al fugado tirado en el suelo muerto. Había tenido suerte, ese hombre se me había adelantado.

Por la noche en la cena los tres comíamos en silencio hasta que un  nervioso Dany no pudo evitar preguntar:

-¿Entonces estamos atrapados aquí, no podemos irnos aunque quisiéramos?

-¿Quisiéramos? ¿Es que aún quieres estar aquí?-Pregunté a Dany.

-Si, se está bien, aquí hay comida caliente.

-No tienes remedio.-Dije mientras removía con el tenedor la carne con patatas.

En ese momento, removiendo la carne de mi plato, descubrí el más oscuro y tenebroso secreto del refugio entre los muchos que ya había descubierto. En un pequeño trozo de carne, vi una extraña marca que me era familiar, era… no podía ser. Cogí el trozo de carne y miré en el plato de Dany, tocando su comida con la mano.

-¿Qué hacer ahora?-Dijo molesto Dany.- Que estés enfadada conmigo no te da derecho a guarrear con mi comida.

-¡Aquí está! -Dije cogiendo un trozo de carne similar al mio.

Comprobé lo que no quería creer, al unir los dos trozos pude ver una pequeña cruz negra y torcida.

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